Antonio Casado – El espejo andaluz


MADRID, 25 (OTR/PRESS)

La prueba electoral andaluza, como ensayo de otras que se van aproximando, ha sido demoledora para el PP. La gran noticia es el desplome del partido en el poder, lastrado por la crisis económica (léase recortes y sacrificios impuestos desde Moncloa) y los casos de corrupción en sus propias filas (Gürtel, Púnica, Blesa, Rato, Matas, Granados).
El desplome del PP, que se produce tres años y medio después del desplome del PSOE (en realidad, Rajoy paga ahora la factura que Zapatero ya pagó en las generales de 2011, por el zarpazo de la crisis) indujo la respuesta social de los indignados. Políticamente se tradujo en la emergencia de Podemos y Ciudadanos, uno por la izquierda y otro por la derecha, que han sido los triunfadores en las elecciones andaluzas y cotizan al alza de cara a las territoriales de mayo y las generales de noviembre (o diciembre).
A su vez, la irrupción de estos dos nuevos partidos en el escenario político nacional, ha fragmentado el arco representativo hasta el punto de acabar con las mayorías absolutas. Y, sobre todo, hasta el punto de crear las condiciones para que un partido pueda ganar las elecciones con apenas el 30% de los votos. Algo impensable hasta ahora en nuestra reciente historia democrática. Lo cual, entre otras cosas, vuelve a meter en el partido al PSOE, que hasta hace tres o cuatro meses parecía desahuciado como alternativa ganadora de unas elecciones generales.
La fragmentación, por tanto, puede acabar italianizando la política española. La ventaja es que las alianzas actúan como antídoto de políticas excluyentes. Cierto. Lo malo es que tienden a introducir inestabilidad en el sistema, como ya ha ocurrido en Andalucía, diga lo que diga Susana Díaz cuando anuncia que, aunque piensa gobernar en minoría, su gobierno será fuerte y estable. Imposible. Lo uno o lo otro, no las tres cosas a la vez. Con los números en la mano, si ha de ser en minoría no será estable.
Véase como los tres rasgos esenciales, a mi juicio, del recuento de la noche electoral del domingo pasado en Andalucía quedan bien secuenciados a partir del desplome del PP. La debacle del partido en el poder favorece la fragmentación y la fragmentación favorece la inestabilidad. La secuencia es aplicable a la política nacional y Rajoy no lo ve en esa clave. A pesar de su fuerte implicación en la campaña andaluza, no se siente concernido por el medio millón de votos que han vuelto la espalda al PP en Andalucía, más allá de recurrentes apelaciones a la necesidad de acercarse al ciudadano o mejorar el engranaje entre las acciones del Gobierno y las del PP. Insiste en apostarlo todo al discurso de la recuperación económica y está convencido de que el PP volverá a ganar las elecciones generales.
Lo tendrá difícil si no cambia su forma de comunicar la presunta salida de la crisis económica y de afrontar sus problemas de corrupción. No le vendría mal un poco de autocrítica. Pero eso no entra en sus planes, por lo visto en la última reunión del Comité Ejecutivo.

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