Más que palabras – Tragedia y protocolos.


MADRID, 28 (OTR/PRESS)

Desde ese fatídico momento en que supimos la tragedia del A320, en la que murieron 150 personas, hemos pensado en todas las hipótesis, pero la única que nos resistíamos a creer era la que finalmente ha sido: que se tratara de un suicida dispuesto a convertirse en asesino múltiple. Al fin al no ha sido un fallo humano ni un problema técnico ni un imprevisto meteorológico, sino un acto de maldad que nos hiela la sangre, por mucho que nos repitamos que el mal existe y es tan antiguo como la propia humanidad.
Ahora sabemos que el copiloto asesino el tal Andreas Lubitz ya pasó seis meses de baja por depresión en 2008, que le acababa de dejar su novia después de siete años y que se estaba medicando para superar la ruptura. Ya todo da igual por que lo que a estas alturas parece un hecho cierto es que, con premeditación y alevosía, este joven alemán de 27 años aprovecho el instante en el que se quedo sólo en la cabina para activar el botón de descenso de la altitud y estrellar el avión contra ese muro de piedra en los Alpes, arrancando de cuajo la vida y las esperanzas de muchas familias.
No hay explicación posible a un hecho así, como no la hay para el terrorista que, apelando a falsas razones ideológicas, corta de raíz la vida de inocentes o el chaval que coge un arma y se lleva por delante a todo lo que se mueve en el colegio donde estudio. Algunos colegas se han fijado estos días en uno de los detalles que revelo el fiscal de Marsella , encargado de la investigación judicial, sobre lo que se escucho en la famosa caja negra: «Respiró con normalidad hasta el impacto, sin jadear o mostrar signos de una afección cardíaca», dijo.
Es verdad que la respiración dice mucho, muchísimo sobre el estado de ánimo de las personas, que es un termómetro estupendo para ver si hay excitación, o pánico o ansiedad, incluso euforia o emoción. Sólo cuando alguien realiza un acto pensado, premeditado, calculado y sobre el quienes no se tiene dudas se mantiene impasible incluso a la hora de mantener con aparente normalidad el acto mecánico respirar.
Me niego a especular sobre qué podía rondar en la mente del asesino, del hombre que respiraban sosegadamente mientras llevaba a la muerte de forma despiadada a 149 personas.
Mi pensamiento y mi respeto por este horror lo quiero reservar íntegramente para las familias de las víctimas que tendrá que llevar, como puedan, su duelo por esta desgracia. Detrás de cada uno de ellos hay una historia real que, según vamos conociendo, nos emociona y nos estremece más y más.
Ahora bien, cuando se apaguen los focos y la historia se vaya poco poco diluyendo en el tiempo, a ellos les quedará la soledad y a nosotros nos debe mover la responsabilidad de que esta tragedia haya servido, al menos, para mejorar la seguridad. Las autoridades internacionales de aviación civil deberían de revisar los protocolos e imponer, como obligatorio, que haya al menos dos tripulantes en las cabinas, un asunto que no puede depender de cada compañía arbitrariamente como hasta ahora. Tampoco estaría de mas ser mucho más exigente en las pruebas médicas que determinan la idoneidad psicológica de los pilotos y no sólo para la obtención de licencias sino en revisiones posteriores.
Aunque este horror ya no se puede ya evitar, al menos que sirva para prevenir en un futuro. El mal existe y la maldad también pero hay que poner escudos de protección tangibles para intentar contrarrestarlo.

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