MADRID, 24 (OTR/PRESS)
Un mes. Ya solamente -y nada menos– queda un mes para esas elecciones municipales y autonómicas que a todos, políticos implicados, analistas y ciudadanos en general, nos tienen tan desconcertados. Las encuestas se han vuelto locas, los expertos confiesan que han dejado de entender qué pasa en un país que se confiesa seducido por dos formaciones emergentes de las que, en general, se desconocen sus candidatos, su implantación territorial, sus cuadros locales y hasta su programa concreto para una autonomía concreta. Recorro estos días, por diversos motivos profesionales, España de norte a sur, y compruebo hasta qué punto el hartazgo con los dos grandes partidos nacionales es un hecho, como es un dato incontestable esa carencia de cuadros reconocibles en Podemos y Ciudadanos, cada una de las cuales, desde luego, con sus propias características, que no conviene mezclar demasiado.
Curioso: falta un mes y resulta difícil precisar cuánto van a influir en las urnas el inexplicado escándalo que afecta a Rodrigo Rato o los «sobresueldos privilegiados» de dos pesos pesados del PP como Federico Trillo o José Antonio Martínez Pujalte. Como, en estos momentos, existen muchas incertidumbres sobre los efectos en el PSOE de los «casos Griñán y Chaves», una vez que ambos han admitido que abandonarán sus escaños cuando concluya esta Legislatura, allá por noviembre. Mi impresión, por supuesto nada concluyente, es que, en estos momentos, Ciudadanos está más próximo al PSOE que a un PP que ha propinado bastantes patadas bajo la mesa a la formación de Albert Rivera. Y que Podemos está sumido en una dispersión que hace que no se sepa muy bien dónde concurre, bajo qué paraguas y con quién. No veo fáciles los pactos poselectorales con las gentes aún comandadas por Pablo Iglesias.
Tengo para mí no obstante, que los socialistas están sabiendo reaccionar con mucha mayor contundencia a sus problemas internos que un Partido Popular que anda como varado en sus propias diferencias internas -y no es que el PSOE no las tenga, por cierto–, en los personalismos de algunos de sus candidatos más «estrella» -pienso, desde luego, en Esperanza Aguirre, sobre la que se concentran todas las miradas y bastantes hipótesis de futuro- y, claro, en el desconcierto acerca de cómo y por qué el estallido, ahora, precisamente ahora, mecachis, del «affaire Rato». O del de Trillo, embajador en Londres. O Pujalte, portavoz económico del Grupo Popular. Y conste que no equiparo unas cosas con otras, pero en los tres casos queda un aroma a falta de espíritu de servicio al ciudadano para servirse del ciudadano, lo que resulta inaceptable y casa mal con los postulados públicos de esa clase política que nos representa.
Yo diría que este mes que nos queda hasta el galope final en esta segunda meta electoral de un año plagado de elecciones va a ser especialmente intenso: los periodistas nos preparamos para disfrutarlo, pero los ciudadanos me parece que lo temen como a un nublado. Porque -y vuelvo a mi recorrido por muy diversas comunidades autónomas- compruebo que el lenguaje de los políticos «asentados» sigue siendo el mismo, con las mismas ideas. Y con los mismos métodos (véase lo que está ocurriendo en la Andalucía poselectoral). Y también me da la impresión de que los emergentes, cada uno en su estilo, tampoco van mucho más allá en sus propuestas, salvadas algunas discutibles ocurrencias y sus llamamientos a regenerar los modos políticos del país, algo -esto último– que siempre es de agradecer.
¿Qué nuevas sorpresas nos van a deparar estos treinta días que nos separan de las elecciones? Alguna vez escribí que estas cuatro semanas van a ser las del navajeo disfrazado -discúlpenme, pero no puedo creer que el escenario de la «detención» de Rato fuese casual, ni que ciertos informes de Hacienda se hagan ahora, digo ahora, públicos–, del dossier comprometido que-nadie-sabe-de-dónde-ha-salido, del «y tú más» disfrazado de propuestas. Espero equivocarme, pero no tengo la impresión de que estas cuatro semanas vayan a servir demasiado, pese a los presuntos combates contra la corrupción, para regenerar esta vida política tan ramplona que tenemos. Y ya digo: cuánto me gustaría tener que rectificar esta apreciación, comprobar que los pactos que se proponen no son un chalaneo que, en el fondo, trata de engañar a los electores. El vuelo de altura parece estar prohibido por estos secarrales. Lástima.