No te va a gustar – Las edades del hombre (y de la mujer. Y del candidato)


MADRID, 12 (OTR/PRESS)

A medida que uno va cumpliendo años, se va haciendo más comprensivo con las faltas y errores del prójimo. Como el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, es todavía insultantemente joven, carece acaso de esa pátina que te da el tiempo y que hace que todo lo relativices. Incluyendo la mismísima edad propia y la de los ajenos. Decir que solamente los nacidos en democracia, es decir, a partir de 1978, están capacitados para regenerar la vida política española es muy fuerte. Y ya sé que Rivera, que es persona sensata, no quiso decir exactamente lo que comentaristas, tertulianos y redes sociales le han, hemos, achacado, pero la verdad es que Freud se coló en las apreciaciones del carismático Don Albert: existe poco aprecio entre la clase emergente -y no solamente en ella- por eso que podría llamarse «gente con experiencia». Es decir, por la gente mayor, o llámele usted, si quiere, vieja.
Tremendo error el cometido ya en primera instancia por el no tan joven Monedero -no pasaría el «corte» de edad establecido por Rivera–, cuando dijo aquello de que la democracia no la trajeron ni Adolfo Suárez ni Juan Carlos I. No sé si el desprecio por los «popes» de la transición está justificado en el efebismo que ha imperado en la política española desde los primeros años ochenta, cuando los presidentes del Gobierno llegaban a La Moncloa con poco más de cuarenta años. Pero sí sé que he visto de cerca muchos de los esfuerzos, renuncias, sacrificios y también, cómo no, excesos de quienes fabricaron la trayectoria política en estas cuatro décadas desde que Franco se murió en la cama y el hoy Rey emérito ascendió al trono, que Rivera considera, por lo visto, poltrona (y algo de eso puede, incluso, que haya habido, lo reconozco).
Lo cierto y verdad, lo justo, es que no puede hacerse tabla rasa de cuantos han servido lealmente al Estado durante estas décadas, que por cierto han sido una mayoría. Otra cosa son los excesos que se cometen en la dialéctica (vamos a llamarla así) de las campañas. Si, en el fragor de la pelea electoral, Rivera quiere gritar que su principal rival, Mariano Rajoy (que acaba de cumplir los sesenta), está viejo para acometer los cambios que España ahora necesita, que lo diga, y que debatan entre ellos acerca de las reformas que cada cual entiende que hay o no que poner en marcha. Pero debe tener en cuenta el carismático líder de Ciudadanos que no todos los que ya vamos por la pendiente que desciende hemos disfrutado de poltrona alguna: nadie nos ha regalado nada y hemos contribuido, con nuestro trabajo, a veces con nuestra renuncia, a que Albert Rivera pueda decir lo-que-le-de-la-gana en campaña o fuera de ella, con o sin ropa en los carteles electorales. Y que acaso no todos los que somos (aún) mayores que Rajoy compartimos su inmovilismo frente a algunas cuestiones.
No creo, en suma, que ser un buen o mal político, un buen o mal candidato, un buen o mal regeneracionista, consista solamente, ni principalmente, en una cuestión de edad. Ahora, los de Podemos, que se han dado cuenta de que más de la mitad de los españoles, y más del sesenta por ciento de los votantes, sobrepasan esos 38 años en los que Rivera coloca el límite de los posibles «reformistas», llaman a votar «con memoria» para «honrar el trabajo de los abuelos y abuelas». No sé si en este eslogan no subyacen los mismos elementos freudianos de desprecio a la veteranía que en las palabras de Rivera, pero sí coincido con las gentes de Pablo iglesias en que los «yayos» han sacado, y están sacando, no pocas castañas del fuego a sus hijos y a sus nietos.
Bueno, y ahí están gentes tan estimables como Manuela Carmena, Angel Gabilondo o, para poner guindas de todos los colores, Esperanza Aguirre, demostrando que sí, que se puede predicar el cambio peinando canas. Y a Aznar, aunque se tiña las canas, y a Felipe González, que no se las tiñe, bien que les llaman los suyos para que eleven algo el nivel de ciertos mítines.
Pido perdón a Rivera por haberme excedido acaso en este comentario que sé que le disgustaría si lo leyera: sé que ha matizado lo dicho, y que seguramente anda pesaroso por el «lapsus». Pero me parece que, sobre las muchas divisiones que ya aquejan a las dos Españas, la barrera de la edad no puede oficializarse como otro muro, uno más. Que esto no es la peor Francia, la de los Le Pen, hombre.

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