Voy a ser políticamente incorrecto y voy a defender a Zapata, por un simple motivo de coherencia. Y es que hace unas pocas semanas estaba defendiendo a los trabajadores de Charlie Hebdo por la falta de sentido del humor de los islamistas. Si a los islamistas les duele que se rían de su profeta, a los judíos no les hace nada de gracia que se les recuerde que sus familiares murieron abrasados en los hornos crematorios. Dimitir no es lo mismo que ponerle una bomba en el despacho del concejal, pero sigue siendo una asimétrica manera de admitir o no el derecho al humor, según uno u otro bando.
Y es que el sentido del humor depende del grado en que te afecte, de las creencias y de los prejuicios. No hace mucho unas ciudadanas rodearon con las tetas al aire a un cardenal de la Iglesia, y la verdad es que nadie se lo tomó muy a pecho, pero si en una reunión de feministas, hubieran aparecido media docena de machos fundamentalistas con los genitales al aire se hubiera organizado un escándalo con manifestación incluida y pregunta parlamentaria en el Congreso.
Como siempre sucede, aquí ofende, no quien quiere, sino quien es admitido, y la ofensa depende de quién proceda y hacia donde se dirige. Al alcalde Valladolid nunca le pasaron ni una, incluidos comentarios bastante ingenuos, pero el antiguo alcalde de Valladolid es de derechas, y eso lleva consigo un agravante. Zapata, en cambio, es de izquierdas y eso supone una eximente que ya veremos si trunca o no su carrera política, todavía misacantana. Yo defiendo el humor. Incluso el humor negro que me trae recuerdos del mejor Chumy Chumez, pero el humor negro de Cioran, de Wilde, de Bierce (Ambrosse), de Woody Allen, que es profundo y no personaliza. Cuando Zapata se ríe de Irene Villa y de su pierna, dan ganas de perder el sentido del humor y darle dos ostias. Pero no quitarle de concejal, entre otras razones porque sería más difícil localizarle para propinarle las dos ostias merecidas. Por lo que habría que repensar el nombramiento de Zapata es por ese fabuloso bagaje cultural, ese currículo estremecedor que puede llegar a llenar una octavilla, incluidos varios párrafos retóricos e innecesarios.
