Fernando Jáuregui – Por fin, una operación de estado… o no


MADRID, 7 (OTR/PRESS)

Que Mariano Rajoy se haya entrevistado con el Rey inmediatamente después de que el ministro de Justicia, Rafael Catalá, haya sugerido que el Gobierno aceptaría una reforma «importante» de la Constitución, otorga una especial relevancia al encuentro entre el jefe del Estado y el del Ejecutivo. Porque, hasta ahora, Rajoy se mostraba no solo contrario, sino hasta hostil, a cualquier modificación de la norma fundamental, y de Felipe VI se ignora si, como su padre, también es reticente a introducir cambios de relieve en el texto constitucional.
Pero, claro está, la proximidad de las elecciones «plebiscitarias» (que sí, admitámoslo: lo son) en Cataluña obliga a forzar el paso y a cambiar talantes inmovilistas. Y el titular de Justicia no es hombre ni de improvisaciones ni de «ocurrencias»; ni va, como su antecesor Ruiz Gallardón, por libre. Su entrevista a Europa Press, abriendo la posibilidad de una redefinición de las competencias del Estado, es la primera (presunta) operación política verdaderamente significativa de un Gobierno, el de Rajoy, que se ha dedicado fundamentalmente a arreglar las cañerías económicas, olvidando casi por completo aquellas por las que discurre la Política con mayúscula.
En principio, y aunque el presidente se esforzará en «quitar hierro» a las interpretaciones múltiples surgidas tras las declaraciones de Catalá, el paso, una posible operación de Estado, es una buena noticia que no debería, ni podría, quedar en una «serpiente de verano». Es, seamos optimistas, una operación de Estado que, en principio, haría que se pudiese dialogar con la Generalitat catalana tras las impertinentes elecciones del próximo 27 de septiembre.
Y de Rajoy dependerá que sea él, o, si no, el socialista Pedro Sánchez, quien mantenga ese diálogo con una Cataluña que nunca debe dejar de ser una Comunidad autónoma dentro de España, aunque quizá -interprete esto cada cual como quiera- no una Comunidad más. Hay que reformar la financiación del Estado e irse acostumbrando a que el «café para todos» puede consistir en diversas modalidades: solo, cortado, con leche, americano, con hielo… Es decir, hay que empezar a admitir la heterogeneidad de un Estado tan complicado como España. No sé si podemos hablar de un Estado federal, como quiere Pedro Sánchez, o de la mera idea de que no todas las autonomías españolas son iguales, pero es urgente iniciar ese debate que habría de acercar (o alejar irremisiblemente) a socialistas y populares en torno a una cuestión nuclear.
Porque las «manifestaciones Catalá» –¿por qué no hizo algo similar Rajoy en su comparecencia ante los medios el pasado día 31, resignándose, en cambio, a dar una conferencia de prensa anodina, que era más de lo mismo?- abren muchas posibilidades.
La primera, la de descolocar a la oposición socialista y a Pedro Sánchez, que insiste en que «jamás pactará con el PP»: tanto Sánchez como su partido se verían obligados a rectificar, tendiendo una mano al PP en busca de un consenso -ciertamente difícil, pero para nada imposible– sobre una reforma que Pedro Sánchez, y antes Rubalcaba y hasta Zapatero, llevan predicando hace mucho. Un acuerdo sobre contenidos para una próxima Legislatura, quizá «abreviada» para centrarse en las reformas a hacer, sería una solución tranquilizadora para muchos españoles. Y quizá una base de diálogo con la Generalitat catalana que surja de las elecciones del 27-s.
Porque otra de las oportunidades que se abren es que esa «operación de Estado» también descolocaría a Mas, instalado en asegurar que «Madrid no quiere mover un dedo» para cambiar las estructuras. ¿Cómo podría el probable president catalán seguir rechazando dialogar cuando los planteamientos generales cambian radicalmente?

Tercera posibilidad derivada del proceso que quizá se esté abriendo: la de que Rajoy se presente con la cara humana de quien sabe rectificar en lugar de con el actual talante impasible ante los acontecimientos.
Ya digo que ahora le toca a Rajoy vestirse con su peor cara inmovilista u optar a ser el candidato para gestionar cambios políticos mayores que, por ejemplo, un mero retoque en el Senado. No es tiempo de ser timorato, y estoy seguro –cuánto me hubiese gustado asistir, como «espía», a la entrevista de este viernes en Marivent- de que Felipe VI, a quien el jefe del Gobierno debe ayudar a ser el mejor Rey de la Historia de España, está en esa línea, apuntada ya por Juan Carlos I, de «regenerar» la vida política española. Y esa regeneración, o llámele reforma, o redefinición si quiere, ha de empezar, me parece, no solo por los talantes, sino, como consecuencia, también por los textos legales. Propuestas de cambios concretos que desarrollen las declaraciones, algo genéricas, del buen ministro Catalá.

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