Andrés Aberasturi – No sólo Tsipras.


MADRID, 21 (OTR/PRESS)

Culpar ahora a Tsipras del desastre griego es tan ridículo como que Tsipras se atreva a afirmar que está orgulloso de su gestión, que ha salvado a Grecia (¿) y que ha dejado «un mensaje a Europa: tenemos que acabar con la austeridad». Pues no sé, pero más bien parece todo lo contrario: a Grecia la ha terminado de hundir aceptando al final unas condiciones aun peores de las que se le ofrecieron al principio para el tercer rescate y si hay algún mensaje claro -nos guste o no- es el que ha dejado Europa a los promotores de sueños imposibles en una mundo global y seguramente injusto pero cierto. Pero lo mismo que digo esto, insisto en el primer ridículo: para llegar a la situación griega que se encontró Tsipras han hecho falta muchos años de gobiernos impresentables dispuestos a las mentiras necesarias con tal de seguir recibiendo el dinero que parecía fácil de la Unión Europea: según apuntaba Casimiro G. Abadillo, la «insolidaria Europa» (el entrecomillado es suyo y lo suscribo) lleva entregados al país heleno 300.000 millones de euros. Hombre, tampoco está mal; es la herencia envenenada de muchos años que recibió Tsipras. Entonces ¿cuál es su pecado?

Pues seguramente el mismo que marca aquí -y del que se desconfía- Podemos y adláteres: el fondo y las formas. El fondo porque lo que prometen/proponen es a día de hoy inviable en muchos aspectos y en otros desafía y desacata la propia Ley por la que todos nos regimos. Y es una Ley que, si la contemplamos con objetividad, no parece tan insolidaria; siempre hay que recurrir a la comparación que no por tópica deja de ser evidente: ¿Por qué los holandeses que pagan unos impuestos altísimos tienen que prestar dinero a países con una fiscalidad de risa y un gasto público desmesurado imposible de mantener? Y no sólo lo prestan sino que, encima, el país endeudado ahora pretende que nos se devuelva y que, en todo caso, será quien establezca las condiciones de la quita y cuándo y cómo se va a devolver, de lo que justo o injusto.
Y las formas, claro. Un cosa es ser pobre y no perder la dignidad y otra ser pobre y encima exigente. Tuvieron que sacar a Varufakis -que ahora estará lleno de razones diciendo que su plan era el bueno porque nunca se podrá probar- porque había logrado enemistarse con cuarto y mitad de la UE. No se puede amenazar con dejar la casa cuando en la casa hay calefacción y fuera sólo corralitos a la intemperie.
Pero Monedero tenía, claro, otra lectura de todo esto: «El ensañamiento con un pequeño país que apenas es el 2% del PIB tiene una voluntad disciplinadora para que no surjan en Europa alternativas como Podemos». Son ganas de ser también el muerto en los entierros.
No, profesor Monedero; en España surge Podemos no tanto por la crisis económica como por la vergonzosa corrupción incrustada ya en los dos partidos que han sido -siguen siendo- hegemónicos. Podemos es un producto bienintencionado que ofrece soluciones de pizarra gestadas en clases de Política. Pero más allá de las aulas está la realidad llena de contradicciones y cuando el discurso se debe ampliar porque se salta al ruedo de la política real, las cosas empiezan a ser de otra manera. Echar la culpa de todos los males a la existencia de medios de comunicación privados, es arriesgado. Prometer rentas para todos, es imposible. Abrir las fronteras para que pasen los que quieran, es un disparate. Y ni comento lo anunciado de acatar las leyes que creamos justas pero pasar olímpicamente de las que no nos gusten.
A mí, como a muchos, no nos gusta esta Europa que nada tiene que ver con la que soñaron un día hombres extraordinarios. Personalmente me declaré, cuando los de Podemos aun estaban en la EGB, aquello que se dio en llamar «euro escépticos» (nada que ver con los de ahora) porque, efectivamente, la casa común se empezó por el tejado. Y aun puedo admitir muchas cosas de las que dicen los de Podemos pero no las imposibles porque ya se ve a dónde conducen. Tampoco esa chulería que habla en nombre de «los ciudadanos» o «la calle», conceptos ambos muy poco científicos. Y menos aun cuando se quiere quemar en una hoguera el «papelito» de la Constitución del 78. Nunca me han gustado las hogueras salvo las de San Juan. Quemar papeles del pasado resulta definitivamente peligroso. No hace falta poner ejemplos.

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