MADRID, 15 (OTR/PRESS)
Estuve en la tertulia en la que Carlos Herrera -y yo mismo también pude hacer una pregunta- entrevistaba al secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. Cierto que he podido escucharle en otras ocasiones, pero me dio la impresión de que nunca como ahora el hombre que se reclama heredero directo de los indignados y representante casi único de la izquierda-de-la-izquierda se había mostrado más moderado, más realista. Nada que ver con el Pablo Iglesias que, hace poco más de un año, obtuvo un magnífico resultado en las elecciones europeas, aquel joven que despreciaba casi cuanto ignoraba
-incluyéndonos a muchos «veteranos de la transición»- y que hacía de ese desprecio casi su principal seña de identidad.
La entrevista, como iba desgranando Herrera, produjo varios titulares, pero yo me quedé con este: «cuando adquieres responsabilidades políticas ya no puedes ser un «enfant terrible»». Me alegra mucho de que se haya dado cuenta, y de que haya percibido que tal vez tenga que hacer acuerdos con Mariano Rajoy, entre otros (Rajoy va a tener, sin duda, más votos que él. Es lógico, lo sé); que el himno nacional no es algo que deba necesariamente ser abucheado y que respaldar las locuras de Artur Mas no constituye precisamente lo más progresista que se puede hacer. Y que no todo lo que ocurre en la Venezuela de Maduro tiene que ver con una escrupulosa democracia. Bueno, es un gran avance, incluyendo ese considerarse a sí mismo un ex «enfant terrible» y sugerir que los niños terribles, que van por la vida epatándonos con sus salidas de tono, no pueden tener responsabilidades a la hora de representar a los ciudadanos.
Todo ello me pareció altamente esperanzador, porque siempre pensé que Pablo Iglesias y los suyos -no, no hablo de locuras políticas como las que el ex dirigente de Podemos Monedero va distribuyendo por doquier- eran necesarios no para gobernarnos, vade retro, sino para acelerar e impulsar una serie de avances en la algo estancada y ya prematuramente envejecida democracia de nuestro país. De Iglesias espero que se una a un acuerdo poselectoral «a cuatro», me refiero a enero de 2016, para modernizar la Constitución y el sistema electoral, pacificar territorialmente la nación y hacer algo más equitativo el reparto de las riquezas. Nada más. Nada menos.
Lo demás son egolatrías de un personaje que, de alguna manera, no puede evitar sentirse algo más que los demás, hasta, a veces, caer en el ridículo de pensarse figura irrepetible y, sin embargo, copiada en Europa, Creo que su evolución hacia una socialdemocracia templada es sincera, por inevitable. E irreversible: no hay disimulo posible, contra lo que piensan algunos contertulios. Yo sí me fío, pero no le daría el Gobierno de España: que se lo gane con un tiempo a prueba. Bastante tiempo.