Antonio Casado – 27-S: elecciones españolas


MADRID, 18 (OTR/PRESS)

La imagen de Mikel Iceta sobre fondo de una bandera nacional, así como la intensiva participación del líder del PSOE, Pedro Sánchez, confirma y reconfirma la apuesta española de los socialistas catalanes en unas elecciones cuyo carácter oficialmente autonómico no oculta el reto plebiscitario propuesto por el secesionismo. Efectivamente, los votantes ya saben que se trata de decidir entre la secesión de Cataluña o su continuidad en el marco político y jurídico del Estado español.
De este modo el PSOE, y su partido hermano, el PSC, plantean estas elecciones como si también fueran generales. Así que todos sus dardos dialécticos de campaña no solo los dirigen contra Artur Mas, el líder del proceso soberanista que va camuflado en el cuarto puesto de la lista Junts pel Si. También apuntan a Mariano Rajoy, presidente del Gobierno central, en un bien organizado reparto de tareas entre Iceta y Pedro Sánchez.
El resto de las fuerzas políticas no independentistas han hecho un planteamiento parecido, tanto Rajoy como Albert Rivera y Pablo Iglesias, que no son candidatos sino estrellas invitadas con un altísimo grado de implicación en la campaña catalana. Teniendo a Mas como el adversario común, el PP arremete contra Sánchez y las amistades peligrosas que quedan a su izquierda, Rivera va contra Rajoy, con el que se disputa dentro y fuera de Cataluña un mismo caladero de votos. Y Pablo Iglesias se pasa el tiempo diciendo a los catalanes que con él en Moncloa el problema se reconducirá y entonces los nacionalistas ya no tendrían necesidad de irse de España.
Tampoco los independentistas son ajenos a esta concepción española de las elecciones del 27 de septiembre. Véase la reacción de Artur Mas ante la reciente descalificación de sus planes por parte de Pablo Iglesias. Un minuto después tachó de «españolista» al líder de Podemos y lo comparó con el ex presidente, José Maria Aznar. Semejante extravagancia solo se entiende si tenemos en cuenta que para el pensamiento único del nacionalismo catalán lo progre, lo avanzado, lo guay, es ser independentista. Y no serlo, por supuesto, es cosa de fachas. Da igual que se trate de Felipe González, Pablo Iglesias o el mismísimo presidente de EE. UU. Barack Obama, que entró en campaña esta semana causando daños colaterales en las filas del soberanismo, al decir que desea una España «fuerte y unida». Qué menos, tratándose de un país aliado y en presencia de Felipe VI.
Ya en el ecuador de la campaña, los candidatos clavetean sus discursos, se usan las encuestas para crear opinión -o sea, inclinación de voto- y todas las fuerzas españolistas pasean a sus líderes nacionales por los núcleos de población trabajadora del extrarradio barcelonés. Un millón de votantes habitualmente pasotas en elecciones autonómicas, ya saben que esta vez son elecciones españolas y muy españolas.

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