MADRID, 23 (OTR/PRESS)
El humor es una expresión de la inteligencia. Por eso, cuando es malo, la describe en términos no muy halagüeños. Algunos políticos en campaña han venido a caer en esa arriesgada tentación de usar el humor en sus intervenciones públicas, y el resultado confirma la opinión que se tenía de la mayoría de ellos. Claro que, para ser justos, ni Faemino y Cansado saldrían airosos si les diera, que no les va a dar, por hablar en apache, en apache de película, cual han hecho Artur Mas y Pablo Iglesias.
Si el humor es una expresión de la inteligencia, la vergüenza ajena lo es del decoro intelectual. A los atónitos seguidores de la campaña electoral catalana, o de esa cosa, lo que sea, que recibe ese nombre, no se les ha pasado aún la vergüenza ajena experimentada al asistir al diálogo cheminova entre «Pequeño Pujol» y «Coleta Morada». Como atenuante del primero, Mas, cabe argüir que, careciendo de gracia, parece consciente de ello y se limita a esbozar chistes breves, lo suficientemente fugaces para evitar una abultada condena. Del segundo, Iglesias, en cambio, diríase que es feliz acumulando agravantes, pues creyéndose gracioso, y no siéndolo en modo alguno como es público y notorio, alarga y exprime sus «gags» hasta rebasar con mucho el límite de lo que es humanamente posible soportar sin sonrojo. No satisfecho con ello, y para rematar, canta. También en indio, y remedando, tan tan tan, los tambores del poblado.
Probablemente, una cosa es aligerar de mal rollo y de forzado dramatismo la contienda, y otra, muy distinta, convertirla en un campeonato de chascarrillos escolares. Iceta, por lo menos, es un tío salado, de esos que al verlo nadie diría que lo es. Ni cuando se arranca por Queen, ni cuando emplea la ironía, pretende ser gracioso. Lo es. Por el contrario, lo de Mas e Iglesias, particularmente lo de éste último, es impostura. Haciendo el indio no aligeran de dramatismo la campaña y lo que en ella se ventila, sino que la convierten, con esa poca gracia que tienen, en más dramática todavía.