Siete días trepidantes – No molesten: estamos haciendo las listas.


MADRID, 17 (OTR/PRESS)

La proximidad de las elecciones siempre produce tensiones internas en los partidos a la hora de cerrar las candidaturas: llevo demasiados años contemplando el mismo espectáculo que estos días se ha producido en los aledaños de la reunión del Comité Federal del PSOE, donde Pedro Sánchez tuvo la malhadada idea de «fichar» a la ex diputada de UPyD Irene Lozano. O asistiendo a parecidos bisbiseos como los de los pasillos del acto «cumbre», escenificando la unidad inexistente, del Partido Popular en Toledo. No entienden algunos que el que se mueve no sale en la foto; y se mueven, tratando de salir mejorados en el «photoshop» electoral y haciendo el ruido banal que corresponde.
Claro, no es esto de las listas lo más importante de lo que ocurre en las bambalinas políticas del país: ahí está Cataluña, por poner apenas un ejemplo. O ese treinta por ciento de la población en riesgo de pobreza y exclusión. Pero sí es un indicador más de por qué la política acumula tanto desprestigio en España: ¿cuántas veces han prometido los partidos introducir el desbloqueo de las candidaturas en sus programas electorales? ¿Cuántas veces lo han incumplido?

El «caso Irene Lozano», a la que el secretario general del PSOE propuso el número cuatro en la lista electoral por Madrid, con el consiguiente escándalo interno, es apenas uno más en el panorama del gran lío, aunque especialmente vistoso por la personalidad controvertida de la protagonista del escarceo.
Están ocurriendo, subterráneamente, cosas parecidas, aunque menos explosivas, en el PP, en Ciudadanos, en Podemos, y no hablemos ya de Izquierda Unida, uno de cuyos iconos tradicionales, el secretario general del PCE, Centella, se ha quedado fuera de las listas de aspirantes a un sitio en el Parlamento que se abrirá para la XI Legislatura a mediados de enero, tras las elecciones del 20 de diciembre. Otro «clásico» que desaparece de los escaños.
Desbloquear las candidaturas, «cerradas y bloqueadas» por imperativo legal y por voluntad de los «estados mayores» de los partidos, sería una solución para evitar el «dedazo» de los «aparatos», o que se haga la omnímoda voluntad del secretario general, en el caso del PSOE, o del presidente nacional, en el del PP.
Serían los electores los que decidiesen quién tendría posibilidades de salir diputado, y quién quedaría relegado en la lista, porque sería el elector quien decidiría sus preferencias en la papeleta de voto. Tengo para mí que Irene Lozano, en ese supuesto, se quedaría fuera del Parlamento. Pero aquí estamos, sometidos de nuevo a los vicios múltiples de nuestra anticuada normativa electoral.
El «caso Lozano» muestra hasta qué punto los nuevos llegados a la política española siguen apostando por las viejas tácticas y por las añejas estrategias. Lo mismo que ocurre en el campo del PP, donde todo son fotografías de forzadas camaraderías, cuchicheos sonrientes de pega entre enemigos políticos que se detestan y puñaladas traperas por la espalda, mientras Mariano Rajoy sigue en la hornacina, como ausente, aunque de ninguna manera lo esté: de momento, la secretaria general del PP, Dolores de Cospedal, cabo de todas las tormentas, le sirve –todavía– de pararrayos frente a los «affaires» Arantza o Cayetana.
En Podemos parecen ser más los que no quieren concurrir que los que quieren hacerlo, todo ello en medio de una monumental barahúnda con otros sectores de la izquierda a la izquierda. Y en Ciudadanos ya se sabe que solo habla uno, tratando de quitarse de encima especulaciones, muy lógicas por otra parte, acerca de con quién pactará tras el 20-D: si usted dice que con el PSOE, le está haciendo, dicen ellos, el juego al PP, al que conviene presentar a Ciudadanos como un apéndice socialista; si opina que con el PP, es que sigue usted los dictados de los socialistas, que quieren adelgazar el voto al partido de un Albert Rivera en innegable ascenso. O sea: haga lo que haga, el mensajero debe morir, que no están los tiempos para voceros que hablen sinceramente. Y, si no, que se lo digan a los ministros Montoro o García Margallo.
Y, mientras, la casa sin barrer. Porque lo verdaderamente sustancioso de la semana fue ese paseo triunfal del aún president de la Generalitat y quién sabe si futuro lo mismo, Artur Mas, para ir de mitin al Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, precisamente el día del aniversario del fusilamiento de Companys, que ya es casualidad, con la de días que tiene el año, que le citasen precisamente un 15 de octubre.
Claro, en Madrid, silencios oficiales y portavoces oficiosos que gritaban «hay que cumplir la ley», deseando, quién sabe, una pronta aplicación para la autonomía catalana del artículo 155 de la Constitución, en el sentido que sea –es un artículo bien ambiguo, por cierto–, con la misma fruición con la que Mas anhelaría ser inhabilitado, o sancionado de algún modo, por los tribunales «españoles».
Es la guerra, más madera; nunca entenderé la necesidad de, en estos momentos de vacío político, en Cataluña y en el resto de España, convocar a Mas ante el juez, que es, dicen, magistrado producto de una designación de Convergencia Democrática de Catalunya. Es decir, que uno se queda con la sensación de que a Mas le convenía no poco ir, como una víctima de la inquisición «madrileña», al paseíllo hasta el TSJC. Y si ,además, puede recibir una condena y desobedecerla, mejor.
Pero todo eso los «halcones» instalados en algunos despachos y micrófonos de Madrid no lo entienden. ¿No ven que están ocupados haciendo y deshaciendo, poniendo y quitando nombres de las listas electorales? ¿No ven que estamos fabricando imágenes de unidad interna, acuñando desmentidos de quienes aventuran que ya están buscando un sustituto para Rajoy, o que las relaciones entre Sánchez y la lideresa andaluza son peores que nunca?

No molesten, por tanto, con minucias como buscar soluciones a la mayor crisis territorial planteada en España desde –y no exagero– los tiempos de la República. No den la lata con estadísticas alarmantes sobre exclusión social en la próspera España: estamos trabajando en lo importante, que es ganar como sea el ascenso a La Moncloa. Luego ya se ocuparán, dicen, de todo lo demás, que puede esperar, por lo visto.

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