Antonio Casado – Podemos no puede


MADRID, 21 (OTR/PRESS)

Los analistas se preguntan por los males de Podemos como causa de su declive en las encuestas electorales. Radica en la pérdida de identidad. Empezó a ocurrir cuando sus dirigentes decidieron ser menos asamblearios y más eficaces, después del acto fundacional de Vistalegre (algo más de un año), donde Iglesias predicó ante las 7.000 personas que dieron el pistoletazo de salida. Pistoletazo coral, se entiende, para una especie de congreso fundacional en régimen de asamblea abierta.
El riesgo era que el coro acabase comiéndose al solista. O que sus componentes empezaran a faltar a los ensayos. Las dos cosas han ocurrido. Las bases denunciaron a la dirección por el abandono de los «círculos» y los entusiastas votantes de primera hora se fueron desmarcando al ir conociendo el paño. A medida que los dirigentes iban suavizando su imagen fundacional de izquierda mochilera, para labrarse la de partido con vocación de centralidad, se debilitaba la facturación electoral en las encuestas.
El mar de dudas que dejaron aquellos arrogantes movimientos iniciales ha traído estos lodos de la división interna, la falta de rumbo, el cansancio del líder supremo y la caída en los sondeos (de primero a cuarto en la España de las cuatro esquinas que se avecina). Lógico. Decidieron abrazar la transversalidad como táctica de avance hacia los cielos, pero era imposible colonizar el centro político desde una confesada aversión al pacto (véase lo ocurrido con IU y Alberto Garzón, a los que Iglesias se hartó de ningunear).
«Nos temen porque somos eficaces», llegó a decir Iglesias. No era cierto. Se les llegó a temer, pero no por su eficacia, sino por la inesperada facturación electoral de un grupo emergente, nacido en la calle y en ciertas aulas de la Universidad que supo poner en evidencia el desprestigio de las tres fuerzas en las que se había venido apoyando el régimen de 1978. A saber: PP, PSOE y CiU. Y acertar en el diagnóstico no suponía acertar también en la terapia. Ya se ha visto como en el paso de las musas al teatro se fueron apagando aquellos entusiasmos primeros.
Al menos de momento, Podemos no ha superado con éxito el paso de la protesta a la propuesta, como quedó meridianamente claro en el reciente cruce televisado entre Iglesias y el presidente del otro partido emergente, Albert Ribera (Ciudadanos). Y, de puertas adentro, ya ha quedado demostrado que lo que importa dentro de la nueva formación es quién manda y no para qué se manda. Al final, Podemos ha terminado pareciéndose a los partidos de la casta.
Si echamos un vistazo a los llamamientos de la dirección para que se aparquen las diferencias internas y tener la fiesta en paz hasta las elecciones generales, advertiremos un asombroso parecido con el léxico utilizado en el PP y en el PSOE que, por cierto, estos días han hecho lo mismo: apelar al sentido de la responsabilidad y la altura de miras de sus dirigentes y sus militantes para aplazar las querellas domésticas hasta después del recuento del próximo 20 de diciembre.

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