Fernando Jáuregui – La hermética puerta de La Moncloa


(Esta columna sustituye a la anterior del mismo título por ampliación. Gracias)

MADRID, 28 (OTR/PRESS)

Menos mal que, al final, imperó un cierto sentido común y Rajoy y Sánchez almorzaron juntos: no debería ser noticia que el jefe del Ejecutivo y el líder de la oposición lo hagan, pero aquí y ahora, desgraciadamente, sí lo es, y hace falta un terremoto político para que ambos se encuentren.
Tengo para mí que la puerta grande de La Moncloa se abre excesivamente pocas veces. Y, cuando se abre para que los fotógrafos inmortalicen -es un decir- al visitante, resulta que en la mayor parte de estas ocasiones es un primer ministro extranjero quien estrecha, en la escalinata, la mano de Mariano Rajoy. Por allí, por La Moncloa, han pasado esta Legislatura pocos presidentes autonómicos, pocos líderes de partidos de la oposición, pocos «arturesmases». Sí, ya sé; ocasionalmente, algunos de ellos se han dejado caer por allí, y más valdría, como la última vez que se vieron Artur Mas y el presidente del Gobierno central, allá por finales de julio de 2014, que no hubieran ido.
Quiero decir, y digo, que, además de la comunicación, las relaciones públicas se han manejado mal desde ese palacete de falsos mármoles al que Adolfo Suárez concedió honores de residencia del primer ministro del Gobierno de España. Precisando: Rajoy ha manejado mal esa cantera de diálogo, diplomacia y posible acuerdo que es la sala de Millares en La Moncloa. O su comedor. O su sala de fumadores: imposible olvidar que, gobernando Zapatero, el PP presentó una queja parlamentaria porque el entonces principal partido de la oposición se enteró de que, durante una reunión que duró siete horas ¡habían estado fumando unos puros ZP y Artur Mas, contraviniendo la legislación antitabáquica!

De aquellos polvos, estos lodos. Con o sin puros, Rajoy, es obvio, no ha llevado allí suficiente número de periodistas a los que explicarles lo que hace (y no hace) y ha dejado fuera del fortificado recinto –hay que ver lo que ha crecido el complejo presidencial, que alberga hasta un «bunker» antinuclear que a nadie se muestra– a demasiados sectores de la sociedad española, para no hablar, ya digo, de los rivales políticos. Y para tampoco hablar hasta de los amigos políticos. De algunos pretendidos amigos políticos. Nada: puertas cerradas de par en par.
Porque, siento decirlo, nadie me quitará de la cabeza que, inmediatamente después de la declaración secesionista de Junts pel Sí y la CUP, todo un alarde sedicioso, al que Rajoy ha querido minimizar calificándolo como «una provocación», lo suyo hubiese sido que los cuatro, o los tres –Podemos se ha situado en un terreno indefinido, muy peligroso para ellos–, líderes nacionales se hubiesen congregado en la puerta del palacio presidencial para, juntos, haber hecho una declaración. Que, sin duda, hubiese sido similar a la que hizo Rajoy a las dos de la tarde de este martes negro, pero mucho más contundente por la fuerza que representan populares, socialistas y Ciudadanos reunidos en torno a un mismo objetivo: evitar este loco, mal hilvanado, peligrosísimo, intento de desmembrar el territorio nacional. Un asunto que, sea como fuere, acabará mal para alguien, y esperemos que ese alguien no sean todos los españoles.
He repetido en las últimas horas que Rajoy desmintió toda una trayectoria de pasividad anterior saliendo puntual y enérgicamente al atril de La Moncloa para asegurar que lo tiene todo controlado ante esta, ejem, «provocación». Estuvo bien el presidente, aunque haya sido, cómo no, criticado desde su derecha, que la tiene, y su izquierda, que vaya si la hay. Pero hubiese estado mejor si, en lugar de actuar en solitario, declarándose exclusivo poseedor de todas las soluciones, hubiese tenido a su lado, a la hora de dirigirse a la nación, a quienes representan las principales fuerzas contrarias al secesionismo catalán. ¿Por qué no lo hizo? ¿Porque los otros no quisieron? No me consta.
Quiero pensar que fue un problema de conceptos, o de coordinación de tiempos; de ninguna manera quisiera imaginar que tenga algo que ver con la campaña electoral en marcha, y menos aún con esa versión, por cierto algo miserable y que no puede provenir sino de quienes, en el entorno presidencial, se empeñan en perder las elecciones, según la cual la declaración sediciosa en el Parlament, y la tajante reacción del presidente del Ejecutivo central, «dan votos a Rajoy». Lo he escuchado, palabra.
Sé bien, menos mal, que ni Rajoy ni sus más fieles asesores comparten el dislate, porque me consta, aunque siempre me muestre crítico con él, que el presidente es, como los demás líderes nacionales, un patriota, altamente preocupado por la dinámica que, tras tantos errores del lado de acá y de allá, ha puesto en marcha un grupo de absolutos irresponsables. Que están mucho más atentos a sus «vendettas» y otros motivos espurios que al verdadero bienestar de los catalanes. Muchos de quienes, a estas alturas, sin duda deben de estar espantados y arrepentidos de lo que ha surgido de esa fecha que sin duda quedará en los anales de lo nefasto, el 27-s.
Así que no me queda sino congratularme de este primer paso de acuerdo que significó que este miércoles Rajoy y Sánchez, obviando la contienda preelectoral, se hayan encontrado, acordando «trabajar conjuntamente en defensa de la Constitución, de la unidad nacional y de la igualdad entre todos los españoles». Habrá quien diga que parece algo tarde, pero nunca es tarde si la dicha es buena, y confiemos en que lo sea. Las herméticas puertas de La Moncloa se han entreabierto, aleluya. Que se repita.

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