MADRID, 31 (OTR/PRESS)
La revuelta, inédita hasta hoy, de los consellers de Artur Mas en la última reunión del gobierno catalán, es una clara fotografía del desgarro de la sociedad catalana ante el camino emprendido por el independentismo.
Refleja a un presidente atrapado sin salida en una vía muerta, que no logra convencer a la CUP para que preste sus votos a la investidura, pese a ceder en una declaración que, en sí misma, es un desafío a la legalidad vigente. Y no lo consigue aun habiendo asumido personalmente la negociación, en una reunión humillante, donde emplea todos los argumentos para demostrar que es el único garante de que el proceso siga.
Pero la CUP sabe que gran parte de la sociedad catalana no quiere que repita como President. De hecho, la encuesta de Metroscopia para El País reflejaba que mas del setenta por ciento están en contra de un nuevo mandato. Las causas son diversas y variadas: desde los que le reprochan su entrega con armas y bagajes al independentismo, su responsabilidad en la corrupción que afecta a su partido o el abandono de su responsabilidad en la gestión de gobierno, arrastrado por el ímpetu del converso al sueño de la secesión.
El día en que, rodeado de bastones del alcaldes, acudió a declarar ante la Justicia parecía que había salvado la piel. Pero la imagen fue efímera. Pronto el escándalo del tres por ciento, destapado por una denuncia en el Vendrell de ERC, sus socios de coalición, volvió a tumbarle y, ahora, solo un milagro evitará la convocatoria de nuevas elecciones.
Pero sigamos con la revuelta de su gobierno. El primero en alzar la voz el pasado martes fue el poderoso responsable de Economía, Mas Cullel, quien, al leer el texto de la propuesta de iniciar la secesión, no se recató en calificarla de barbaridad. El representa a ese empresariado catalán, tan afectó a Convergencia y a toda la burguesía acomodada que, desde la transición, han apoyado al nacionalismo moderado de CIU. La siguiente voz crítica fue la de Jordi Jane, muchos años parlamentario en Madrid, buen jurista, y que puso el dedo en la llaga de la irresponsabilidad de una ruptura ilegal.
Los hubo más pragmáticos. Son los que preguntaron si con esto se conseguiría la investidura y, al comprobar que no, criticaron la cesión a la CUP a cambio de nada. La respuesta de Mas fue la de siempre: o yo o el caos. No lo dijo así, evidentemente. Pero se limitó a preguntar si le estaban empujando a convocar nuevas elecciones.
Mientras, Esquerra Republicana guarda un intencionado silencio. No quiere ni rozarse con los escándalos de corrupción que afectan a CDC ni con el vergonzoso incremento patrimonial del patriarca Jordi Pujol y su familia. Están en la retaguardia, esperando su momento. Contemplando cómo el nacionalismo prudente, el representante del «seny», se suicida arrastrado por la ambición económica de Pujol y la de su sucesor.