MADRID, 11 (OTR/PRESS)
En medio de una terrible agonía provocada por una meningitis tuberculosa y tras haberse encerrado en su estudio y pasar varios días sin comida, el 20 de enero de 1920 fallecía Amedeo Modigliani. Días después, Jeanne Hébüterne, su compañera, embarazada de ocho meses, se suicidó arrojándose desde la ventana de su piso. Tenía 21 años. Modigliani no había cumplido los 36. Los dos están enterrados en el cementerio de Père Lachaise de París.
Las penurias que marcaron los últimos años de su vida tornan en macabro sarcasmo la noticia de los 170 millones de dólares alcanzados en una subasta celebrada el pasado lunes en Nueva York por uno de sus cuadros: «Nu caché», un desnudo limpio, el retrato soberbio y sensual de una mujer joven y hermosa pintado en 1917.
Si los seres humanos tuviéramos poder sobre el tiempo, poder para volver atrás y enmendar yerros, evitar crímenes o impedir injusticias, sin duda, el «caso Modigliani» reclamaría atención inmediata. Primero para reconocer su arte. Después para afirmar hasta qué punto el destino de las personas está marcado por las convenciones sociales; en qué medida dependemos de los demás, de los cambios de gustos y hasta de las modas. Y, por supuesto, de la moral de cada época. La primera exposición de Modigliani fue clausurada por la policía porque en el escaparate de la galería Berthe Weill donde exponía sus cuadros se exhibían algunos desnudos calificados de inmorales. Cuadros como este «Desnudo acostado» que un mes antes de su muerte intentó vender y nadie quiso comprar y por el que en subasta se han pagado 170 millones de dólares.
La vida está llena de sarcasmos. Y de tragedias que nos instalan en la tristeza por tantas vidas desgraciadas como en el mundo han sido. Como el caso de Amedeo Modigliani. Un genio cuyo final estremece.