MADRID, 18 (OTR/PRESS)
Solo el tiempo restaña las heridas, de manera que todos necesitamos tiempo para hacer el duelo por el atentado de París, pero mientras tanto no está de más seguir reflexionando en voz alta buscando los porqués de lo sucedido.
El islamismos radical tiene un plan fascista y expansivo, quiere acabar con el modelo de vida occidental.
Pero dicho esto, creo que también se debería imponer una reflexión profunda sobre la política de los gobernantes occidentales y reconocer los muchos errores cometidos. Por ejemplo, ¿alguien puede explicar si es éticamente aceptable que Occidente prime y mime sus relaciones con Arabia Saudita? Este país es quien promueve y financia el islamismo más riguroso.
Sin embargo, los lideres occidentales de manera vergonzosa bajan la cabeza ante los sauditas, que no son más que una tribu del desierto elevada a la categoría de gobernantes por los intereses occidentales en la zona y que son los grandes exportadores, además de petróleo, de rigorismo religioso islamista. ¿Hay que recordar que Arabia Saudita es un país donde no hay el mínimo rastro de libertad? Si me apuran, aún menos libertad que en la Iraq de Saddan Hussein.
Lo mismo sucede con otros países del Golfo Pérsico, cuyos fondos de inversión participan de importantes empresas europeas y norteamericanas.
La «vergüenza» de Occidente es que mete las manos en otras partes del mundo, no siempre para defender los derechos humanos, la democracia o la libertad, porque si fuera así habría propiciado la caída de los regímenes del Golgo Pérsico o de Arabia Saudita, peor no lo hace porque son sus «socios». Cuando Occidente desestabiliza Iraq, Siria, Egipto o Libia lo hace en nombre de intereses comerciales, económicos y estratégicos y de paso intenta exportar la democracia como si fuera una mercancía mas. Lo malo es que la democracia no es exportable a la fuerza. Y lo que ha logrado Estados Unidos y sus aliados europeos moviendo los hilos de las llamadas «primaveras árabes» ha sido desestabilizar aún más una región ya desestabilizada desde la guerra de Iraq. En realidad, las «primaveras árabes» han terminado en fiasco.
Además puestos a promover la democracia y la libertad, que sea en todos los rincones del mundo, no en unos sí y en otros no, es decir que alguien explique por qué en Siria sí y en Arabia Saudita no. De manera que acabar con Sadan Hussein porque era un dictador y sin embargo inclinar la cabeza ante el rey de Arabia Saudita es algo que los lideres occidentales difícilmente pueden explicar.
Sí, nuestros gobernantes deben de rectificar, deben dejar de querer imponer por las buenas o las malas un modelo de sociedad que choca frontalmente con unas sociedades que necesitan hacer la transición a la modernidad pero a su propio ritmo. Hay que apoyar a los musulmanes moderados, a los musulmanes laicos, a todos aquellos que quieren cambiar los paradigmas de sus sociedades. Pero hay que hacerlo con inteligencia y paciencia, no como elefantes en cacharrería.
De manera que nosotros, los que vivimos en esta orilla, también debemos de sacar consecuencias de lo sucedido.
Y por último otra reflexión. Una vez caído el Muro de Berlín. La gran industria del armamento, esa que tanto temía el general Eisonhower y de la que alertó a sus propios compatriotas, necesitaba un nuevo enemigo. Así que solo había que buscar un avispero y darle una buena patada. Eso es lo que sucedió en Iraq, que el «genio maligno» se escapó de la botella.
En cualquier caso, más allá del efecto de esa patada en el avispero, lo sucedido en París es un capítulo más de esa «guerra» declarada por el islamismo radical contra Occidente, contra la libertad, la igualdad, la fraternidad, contra el respeto a los derechos humanos. No caben ingenuidades.