Esta fue una de las preguntas que un acreditado portal de Internet le planteó al secretario general del PSOE y líder de la oposición: «¿Sexy o guapo»?, le preguntaron. «Sexy», respondió el hombre que aspira a ocupar La Moncloa. A continuación, le pusieron a jugar al ping pong con el director de la publicación, un famosísimo periodista que sabe sacar petróleo de sus fuentes, y lo digo, desde luego, como elogio al colega. De la misma manera, me parece digno de elogio todo intento de acercarnos al lado humano de unos políticos que, en la anterior era cuaternaria, se mostraban hieráticos, lejanos, intratables: las campañas electorales obran milagros. No sé si esa era cuaternaria de desdén y lejanía pertenece ya al pasado, a unas formas de gobernar que parecen abandonar -laus Deo- los hábitos de nuestros representantes. Aunque ya veremos después del 20-d, cuando nuestros votos estén ya descontados de las urnas y algunos pretendan que las aguas vuelvan a sus cauces de siempre.
Ya digo: me parece sin duda interesante saber si Sánchez juega bien al tenis de mesa, antes de acercarse a casa de Bertín Osborne, una veterana revelación de la política televisiva y poco antes de acudir a un debate-a-cuatro en otra tele. Qué duda cabe de que para el futuro del país tiene mucha importancia conocer que el líder de oposición, nada menos, se considera más sexy que guapo. De la misma manera, me parece trascendental que Mariano Rajoy se estrene y se entrene como comentarista deportivo en las radios; yo preferiría, la verdad, que el presidente aceptase acudir a los debates a los que van los restantes candidatos a La Moncloa, pero entiendo que Rajoy, como dicen sus portavoces, tiene cosas más importantes que hacer, que ya se sabe que lo interesante y lo importante tantas veces se dan de cabezazos.
Creo que estamos frivolizando en exceso, a costa de bailes en El Hormiguero, preguntas que parecen tan tontas –aunque lo tonto sean las respuestas– a quien quiere presidirnos, partidos de ping pong por medio, y desdén por lo trascendental. Cuando una campaña electoral cae en manos del espectáculo, algo de su esencia muere: no hay ya tantos ejemplos, allende nuestras fronteras, de campañas como esta que enfrentamos, en las que los programas, las ideas, los compromisos de futuro, brillen por su ausencia; ¿para qué van a brillar por su presencia, si lo que nos interesa saber de alguien que pretende ser presidente del Gobierno del Reino de España es si se considera más sexy que guapo, o viceversa? Acabaremos pidiendo a los candidatos sus medidas, cual aspirantes a miss Universo.
Antes, los españoles nos confesábamos bajitos, morenos y cabreados. Ahora, cuando uno de quienes pueden gobernarnos a partir del mes de enero se fotografía de smoking y con una mano –femenina, desde luego– acariciando su atractivo rostro en la portada de una revista «del cuore», se diría que los que no midan uno noventa, no sean rubios, con los ojos azules y no tengan un máster en inglés hablado, escrito y técnico, los que no tengan de cuarenta y tres para abajo, los que no sepan cómo descamisarse con clase, que abandonen toda esperanza de ocupar un puesto en la política española. Bajitos, morenos, cabreados y nacidos después de 1978, abstenerse, a menos que se llamen Miguel Angel Revilla, que ya se reconoce como una excepción, una rara avis en el panorama político-mediático de este secarral de ideas en el que habitamos muchos que cada día nos sentimos más marginados en la pasarela Cibeles electoral. Es que hay que ser sexy, oiga. Y presumir de ello mientras valga.