Fernando Jáuregui – Más vale Parlamento sin Gobierno que…


MADRID, 13 (OTR/PRESS)

Asisto a la interminable ceremonia de elección de la Mesa que presidirá el Congreso de los Diputados en esta Legislatura, dure lo que dure. Ya he tenido ocasión de expresar mi contento por el hecho de que, finalmente, un pacto difícil, quizá a regañadientes, de última hora y mal explicado por las partes, haya dado con el socialista y ex lehendakari Patxi López en la presidencia. Le queda una ardua tarea si de verdad acaban enjaretándose unos acuerdos mínimos que permitan la investidura de Rajoy, de Pedro Sánchez o de algún «Puigdemont nacional» sorpresivo, porque uno de los dos citados, o ambos, den «un paso a un lado», que no creo que vaya a ser el caso. Y sí, yo confío en el buen hacer de Patxi López, hijo de un socialista histórico vasco, Lalo López Albizu, a quien conocí y admiré por su bonhomía y su honradez en los tiempos en los que pertenecer a un partido «clandestino» no era precisamente fácil.
No todos, por los pasillos del Congreso este miércoles por la mañana, se mostraban igual de contentos con el no del todo confesado pacto que desembocó en la elección de Patxi López, alegando sus desencuentros con sus «socios» (tampoco plenamente confesos en su momento) del PP en los tiempos en los que gobernaba en Euskadi. Y alegando también, de manera un tanto absurda, la falta de títulos académicos del ya nuevo presidente de la Cámara, y «número tres» en la jerarquía del Estado, para ejercer sus nuevas funciones. No le harán falta doctorados en Derecho, que ya tiene abundantes letrados en su entorno a su servicio, y sí algo que, a mi juicio, ha demostrado sobradamente: buen talante conciliador, valor y patriotismo. Quizá su presencia en la Mesa pueda facilitar acuerdos para formar Gobierno que hoy se antojan muy difíciles, ya que no imposibles, y evitar una a todas luces indeseable repetición de elecciones. Sí, sin duda Patxi López seguirá la buena senda marcada por su antecesor, Jesús Posada, aunque a él le tocarán tiempos mucho más difíciles y sin «mayorías absolutas».
Así que, dentro del caos político que vivimos, cabe sentirse contento porque la Legislatura, a trancas y barrancas, comienza, y porque el Parlamento, compuesto por unos diputados neófitos que miraban admirados las pinturas del edificio de las Cortes, comienza a funcionar. Al fin. Porque el Legislativo ha de ser la piedra angular de una democracia, haciendo buenas las derivaciones de aquella frase, creo que de Jefferson, según la cual «prefiero prensa sin parlamento que parlamento sin prensa»; yo prefiero Parlamento sin Ejecutivo que Gobierno sin Parlamento, y más aún cuando el Gobierno está, como el actual, en funciones.
No quiero dejar pasar la ocasión sin expresar mi deseo de que esta Cámara Baja, o la Alta –a ver si la reforma constitucional alcanza de una vez al Senado–, en ningún caso se convierta, como a veces ha corrido el riesgo, en un circo. La presencia de Pablo Iglesias haciendo carantoñas, en su recién estrenado escaño, al bebé de su compañera de partido Carolina Bescansa, me parece cuestionable, cuando menos. Una cosa es conciliar y otra montar el espectáculo para acaparar las fotos en un día que, como el de este miércoles, era histórico. El «gesto de imagen» de Iglesias no dejó, ciertamente, de enfadar a otros muchos parlamentarios.
Pero, en fin, pelillos a la mar. Lo importante es que las instituciones se van poniendo en marcha tras la que algunos consideran desastrosa matemática de equilibrios imposibles, una matemática surgida en las elecciones del pasado 20 de diciembre. Sé que a veces bordeo la utopía, pero cuánto me gustaría pensar que este recinto parlamentario va a servir para albergar la concordia nacional e iluminar pactos y no para que algunos, que ya no creen en estas reglas del juego, las boicoteen desde sus escaños. La normalidad, dictada por el sentido común, debe imponerse en todos los ámbitos. Y, además, ya.

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