Más que palabras – David y el olvido


MADRID, 22 (OTR/PRESS)

No recuerdo cuánto tiempo hace que me he emocionado tanto al oír una historia, que me he quedado sin palabras, sintiéndome incapaz de poder hilar una frase completa, sin que se me entrecortara la voz. Me ocurrió el otro día en un plató de televisión cuando Carmen González relataba, con entereza, el momento en que descubrió que su hijo Diego, de 11 años, acababa de tirarse por la ventana desde el quinto piso del hogar familiar: «Yo estaba levantada pero no me enteré de que se había movido de la habitación. Yo… Miré y vi las zapatillas en el suelo, con lo cual no pensé que él se había levantado, porque yo le tenía que dar unos temas de repaso de Naturales y Sociales. Entonces, cuando me di cuenta, me metí en la habitación, no le vi y le busqué como loca por toda la casa y vi, en el fondo de la cocina, la mampara abierta, me acerqué y… Con la oscuridad vi su sombra, en el suelo. Vivimos en un quinto, explicaba despacio como queriendo no olvidarse de ningún detalle. En el alféizar de la ventana había un mensaje: Mirad en Lucho. Lucho es el muñeco amarillo de los Lunnis, su juguete fetiche desde bebé, con el que jugaba a hacer guiñol con su padre. En la habitación, Lucho guardaba un cuaderno, y así contaba Diego, con una aparente madurez desde luego impropia de sus 11 años, las razones que le llevaron al suicidio: «Papá, mamá… Yo no aguanto ir al colegio y no hay otra manera para no ir», dejó escrito a sus padres. A continuación se despide de cada uno de sus seres queridos: Papá, tú me has enseñado a ser buena persona y a cumplir las promesas (…). Mamá, tú me has cuidado muchísimo y me has llevado a muchos sitios (…). Tata, tú has aguantado muchas cosas por mí y por papá (…). Abuelo, tú siempre has sido muy generoso conmigo y te has preocupado por mí….
Los hechos que se dieron a conocer con un relato completo y preciso en El Mundo sucedieron el pasado 14 de octubre y, pese a la misiva del niño y al testimonio de varios padres que refieren problemas de acoso en el colegio, la Policía descartó que se tratara de un caso de «bullying» y la juez de Instrucción 1 de Leganés se dispone a archivar la causa. «Sólo le pedimos a la magistrada que se ponga en nuestro lugar y que, al menos, investigue hasta el final», dice una y otra vez Carmen. «En ese colegio están pasando cosas raras y, al menos, hay que investigarlo», insiste su marido, Manuel.
¿Qué le puede ocurrir a un niño de tan sólo 11 años para decidir que su vida no tiene ninguna sentido y tirarse por la ventana a un patio interior?, se preguntan todos. Hipótesis muchas, pero certezas ninguna y por eso es tan importante que se llegue hasta el fondo de este asunto «para que otros padres no pasen por lo que estamos pasando nosotros», decía la madre. Si bien es verdad que el suicidio infantil -aquel que se produce antes de los 14 años-, es muy poco común en España, en la temprana adolescencia están aumentando muchos los casos y eso debe hacer que se enciendan las alarmas. Los factores que, según los expertos que pueden provocar estas conductas suicidas, son varios, pero precisamente uno de los principales es el acoso escolar que suele ser demoledor para la experiencia mental de algunos chicos. Cuando un niño sufre acoso en el colegio el sistema falla y hace aguas por todos los lados se mire por donde se mire y por eso además de las familias, como es lógico, la comunidad educativa tiene que tener los ojos bien abiertos y no dejar no pasar ni una, tanto en la vigilancia como en la denuncia.
Mi generación que fue esa en la que eran admitidos los castigos físicos -«las letras con sangre entran», se nos decía cuando nos obligaban a enseñar las manos para darnos con la regla ¡Dios como dolía!- sabe muy bien lo que significa la humillación pública y el escarnio ante todos tus compañeros. Aunque ahora sería impensable ese tipo de castigos nuestros hijos no están tampoco a salvo. Todo es mucho más sutil, menos explícito, pero no menos cruel. Sigue habiendo acoso y los casos de bullying aumentan de forma alarmante, por lo que la peor de las recetas es el secretismo con el que he los colegios tratan este tipo de asuntos.
Como madre me pongo en la piel de Carmen y no quiero ni pensar todo lo que está sufriendo desde ese fatídico día en que su pequeño decidió poner fin a su corta vida. Entiendo que su único consuelo es que no se de carpetazo al asunto y saber qué paso exactamente. Todos: el colegio, los responsables políticos, la policía y los jueces deben ayudarles para que el tiempo no sea el olvido. Solo la verdad podrá llevar un poco de paz a esa familia.

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