Siete días trepidantes – Alguien tiene que salir a defender a Rajoy.


Alguien tiene que salir en defensa de Mariano Rajoy. Quiero decir, alguien además de sus leales, los ministros -la mayoría andan muy callados estos días_ y los ejecutivos del Partido Popular, que tampoco se prodigan demasiado en los foros periodísticos: ya no les queda mucho nuevo que decir y para qué repetir siempre el mismo sonsonete.
Los medios, muchos medios, le dicen educadamente al presidente en funciones que tal vez debería ir pensando en retirarse si no consigue alcanzar la investidura, que usted y yo sabemos que no lo va a conseguir. Y a él se le adivina, desde la distancia, como acorralado, hurtando el bulto para no comparecer en el Congreso -que comparecerá, ya verá usted–, acudiendo solamente a entrevistas respetuosas, a pocos actos y a menos calle. Está, dicen, anímicamente en funciones, aunque aparente lo contrario y, sin embargo, es quien puede desbloquear una situación que se va volviendo crecientemente peligrosa.
Por ejemplo: ¿a qué viene eso de posponer Rajoy su llamada a Pedro Sánchez, esperando, como nos dijo el viernes la vicepresidenta, a que el líder socialista «asuma» su derrota en la sesión de investidura hace una semana? Comprendo que Sánchez es correoso, pertinaz en su error de «no, nunca, jamás» pactar con la derecha, incluso descortés, si se quiere, con el inquilino de La Moncloa a quien aspira a suceder. Pero tienen que verse las caras, hablar durante algo más de veinticinco minutos, teniendo o no a Albert Rivera en la misma sala, porque eso empieza a ser una exigencia de la opinión pública. Que se entiendan de una vez o que lo manden todo a hacer puñetas, las cosas claras.
Yo sé que Mariano Rajoy no es el culpable de este sin vivir en funciones al que nos estamos empezando a acostumbrar los españoles. No el único culpable, quiero decir. Ha cometido errores que ensombrecen sus bastantes aciertos y, además, ha tenido mala suerte, porque, de pronto, como si una mano negra estuviese disponiendo la tormenta perfecta, le han estallado en la cara todos los viejos casos de corrupción, incluyendo el extrañísimo rebrote que afecta a un personaje que ha sido proclamado como especialmente amigo del Rey y que, dicen, presuntamente financiaba al PP a cambio de quién sabe qué favores. ¿Quién filtra aquí según qué cosas y con qué intención? Confío en que no sea con la de desgastar, ahora que todo se desgasta con la máxima celeridad, la imagen del jefe del Estado, que sigue siendo, pienso, lo mejor que tenemos.
Y ahí andamos, tirándonos a la cabeza las hemerotecas, incluyendo la gallega que tanto ha desnortado, dicen, a Pedro Sánchez, a quien sus asesores siguen organizándole viajes y omnipresencias sin pararse a valorar si son positivas o negativas para la imagen del hombre que quiere ser presidente a toda costa; fíjese usted la que se ha montado por si iba a dejaba de ir a la clausura del congreso de UGT, porque parece que le gusta el nuevo secretario general. Se lanzan acusaciones como escupitajos: tú eres un corrupto. Y tú, más. Yo tengo más votos y tengo derecho, por tanto, a ser presidente. De eso nada: una vez que me he juntado con Rivera, yo tengo más votos y más escaños. Así, sin avanzar un paso al margen del acuerdo que suscribieron PSOE y Ciudadanos, y que no sirve para lograr una investidura, estamos varados desde que supimos el resultado de las elecciones del pasado 20 de diciembre. Y lo que te rondaré, morena.
Claro, si Sánchez sigue pensando en que los de Podemos -que bastante tienen con arreglar su casa, sacudida sobre todo desde fuera, pero también desde dentro_ le van a solucionar la papeleta, absteniéndose en una próxima sesión de investidura, o incluso dándole sus votos, va listo. Siento ponerme tan pesado -ellos sí que son pesados–, pero de aquí no salimos si no es con una gran coalición. Presidida por alguien del PP, aunque me temo que Rajoy no es ya posible: ha acumulado demasiados rencores contra Sánchez y contra Rivera, y viceversa. Ese tripartito Rajoy-Sánchez-Rivera configuraría un Gobierno explosivo, inimaginable incluso en este país surrealista. Así que, aunque sea injusto, que lo es, alguien tiene que dar el famoso paso a un lado. Por patriotismo, sin duda -y Rajoy es un patriota–, pero también por puro realismo: si se repiten las elecciones en junio, es casi seguro que ni Rajoy ni Pedro Sánchez estarán al frente de sus respectivas candidaturas; nos habrán fallado a todos y sobre ellos caerá el estigma. Están a punto de pasar, sobre todo el primero, de héroes a villanos.
¿Y entonces? Ya se lo digo yo, no arriesgándome mucho en el pronóstico: entonces, Rivera, que es al único a quien no se le notan las ganas de ocupar un sillón en La Moncloa, for president. No sé cómo será, pero, si los dos «grandes» del ex bipartidismo siguen como siguen, será. Así que alguien tiene que defender a Rajoy, su imagen ante la Historia. Defenderle, sobre todo, de sí mismo; pero a ver quién es el guapo que se lo dice.

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