Fernando Jáuregui – El futuro no será lo que siempre ha sido, o quizá sí…


MADRID 8 (OTR/PRESS)

Ignoro cuándo, a qué hora, anunciarán Podemos e Izquierda Unida su acuerdo, ni qué puestos reservarán los primeros a los segundos; lo único que sé es que el tema -encallado, claro, por escaños, que no por programas inexistentes- se resolverá esta semana y lo que no pudo ser antaño será hogaño, constituyendo el único cambio en esta campaña con relación a la anterior. Lo demás, todo igual: los mismos mensajes (o la misma falta de), los mismos rostros de candidatos, las mismas estrategias, los mismos vetos desesperantes en busca de los votos huidizos, las mismas encuestas. Y quizá parecidos resultados a los del 20-D. Y hasta aquí las similitudes. Porque sospecho que el que no es el mismo, aunque los sondeos sugieran que sí, que aquí todos lo perdonamos todo, el que no es el mismo, digo, es el ciudadano español: me parece que estos cuatro meses y medio desde las elecciones de diciembre, a añadir a otros muchos años de insatisfacción por la forma en la que éramos gobernados, han enseñado mucho a los españoles.
Así que intuyo que el futuro no va a ser lo que siempre ha sido el futuro, aunque muchos piensen que sí, que será inevitable que sigamos con lo mismo: que el Partido Popular de Mariano Rajoy gana, con resultados insatisfactorios y que no bastan; que los socialistas, escaño arriba o abajo, quedarán segundos, quizá con menos votos pero más escaños que la coalición Podemos-IU, en virtud de las sabias triquiñuelas de D»Hondt; que la coalición de la izquierda-que-quiere-comerse-al-PSOE-y-tal-vez-a-este-paso-lo-consiga quedará en tercer lugar, vaya usted a saber para hacer qué, y que Ciudadanos, que ahí sigue, mirando a diestra y siniestra, se situaría aún en el cuarto puesto, escaño arriba o escaño arriba, también vaya usted a saber para hacer qué.
Entonces, déjeme hacer de adivino, lo que va a ocurrir, tras una campaña decepcionante en cuanto a ideas y regeneración moral de nuestra política, será lo siguiente: que en la misma noche de las elecciones, cuando conozcamos los resultados -entre un tres y un cinco por ciento menos de votantes habrán acudido a las urnas- , Pedro Sánchez, mirando de reojo a su comité federal, dirá que -qué remedio le queda a estas alturas_ nada de favorecer una gran coalición con la derecha, y volverá la vista ansiosa hacia Podemos-IU, que le esperan con los cuchillos afilados. La clave estará en si un pacto PP-Ciudadanos bastaría para que Rajoy fuese investido en una segunda votación por mayoría simple, con adherencias procedentes de Canarias. Pero, claro, Albert Rivera, aunque harto de su ya fenecido pacto con los socialistas, también está obligado a sostenella y no enmendalla y reiterará que él, con Rajoy, no pacta, y que «cuando digo jamás, quiero decir hasta esta misma tarde», como proclamaba el gran cínico Romanones. O sea, lo mismo que Rajoy, que insistirá en que él ha ganado las elecciones, así que tiene que ser él el presidente… de momento.
¿Entonces? ¿Más bloqueo, más de lo mismo? Dudo mucho que los españoles, las estructuras económicas, las instituciones -comenzando por el jefe del Estado_, la Unión Europea, aguantasen una segunda edición de la «temporada triunfal» diciembre 2015-junio 2016. Así que si Sánchez y su comité federal siguen diciendo que de gran coalición (o sus derivados, que incluyen una abstención socialista en una sesión de investidura de Rajoy) nada, pues nada: alguien tendrá que variar el rumbo, Sánchez o el comité federal. Y si Rivera insiste en que con Rajoy nada, pues tendrá que dulcificar sus posiciones, que ya antes hemos visto cómo lo hacía con Sánchez. Y si Rajoy se empecina en que será él y nadie más quien presida el Gobierno, pues alguien en su partido le tendrá que recordar que hay un congreso pendiente, demasiado pendiente ya, que tendrá que elegir al nuevo -o no nuevo- presidente del PP.
O sea, que quizá, seguramente, tengan que mudar algunos rostros, para que muden algunas ideas y se levanten algunos vetos. Porque el país necesita oxígenos político, por más que dé la sensación de que a las cifras macroeconómicas les da igual que tengamos Gobierno o no: algún día, no lejano, vamos a pagar todas estas facturas. Algún día, no lejano, los españoles percibirán la magnitud de la catástrofe en la que nos han metido, aunque sigan hablando de «normalidad democrática» para referirse a lo que es claramente anormal. Falta un mes para que comience oficialmente esa campaña electoral que todos dicen querer más barata -pero que no han sido ni siquiera capaces de acortar oficialmente en el tiempo-, mes y medio para esa decisiva noche electoral en la que el futuro, ya verán, comenzará a no ser el que siempre ha venido siendo. Porque hay un evidente hartazgo de ese futuro que siempre es el mismo pasado.

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