Fernando Jáuregui – El Cambio que quizá Rajoy no quiere, pero que hará


MADRID, 29 (OTR/PRESS)

Perdón si hablo, como un Umbral de tono menor, de mi libro, que lleva un título, quizá agresivo, «¡Es el Cambio, estúpido!, España en la segunda transición», que me consta que ha gustado poco a algunos interlocutores monclovitas, a los que se lo presentamos el coautor Federico Quevedo y yo. Mariano Rajoy se mostró especialmente reacio al subtítulo acerca de la segunda transición. «¿Qué segunda transición?», me dijo. Y ahí radica precisamente, a mi entender, lo peor, los más arriesgado, que está ocurriendo en la actual coyuntura política, tras el triunfo electoral de Rajoy y su Partido Popular.
Porque entiendo que es a Rajoy a quien le toca gobernar, puesto que sus tres contendientes principales han, cada una a su escala y manera, fracasado. Y también entiendo, y es una constatación universalmente sentida, que existe un anhelo generalizado de Cambio, con mayúscula, en la asustada, desanimada, pero ya se ha visto que fiel a las urnas -y en buena parte al PP gobernante en funciones–, sociedad española. Si a Rajoy, que es el más plausible y probable próximo presidente que releve a* Rajoy, le produce erisipela el concepto «cambio», porque piensa que todo va bien y, cuando las cosas van bien, para qué cambiar, ¿cómo esperar que del próximo Gobierno salgan las reformas precisas? Y, por otro lado, con su escaso talante reformista actual, ¿cómo puede lograr Rajoy juntar los consensos suficientes para que le permitan gobernar con una cierta comodidad y estabilidad? Para terminar, ¿cómo pueden confiar los ciudadanos en que la persona a la que más han votado arrostre, con ese talante que definíamos, tan refractario a los cambios, la etapa de regeneración que España necesita?

Ya he dicho algunas veces que siento un gran respeto por Mariano Rajoy. Y que comparto con él la idea de que solamente una gran coalición, o un acuerdo en ese orden de cosas, un pacto entre PP y PSOE, permitiría la formación de un Ejecutivo sólido y estable. La parte reformista no estaría, así, dependiendo del PP, sino que vendría del impulso de los otros partidos que suscribiesen ese acuerdo de Gobierno, es decir, Ciudadanos y el PSOE: ese, y no otro, sería el cambio que ahora es posible, el que se deriva, al menos en mi interpretación, del voto emitido por los españoles el pasado domingo. Un cambio que acaso no sea aún «el Cambio», con mayúscula, pero el que se podría afrontar ahora con los mimbres que tenemos. El propio Rajoy va emitiendo señales en el sentido de que se podría estudiar incluso una reforma constitucional, a la que ahora aún se muestra tan contrario.
En este marco, resulta algo intempestiva la pretensión de Albert Rivera de que el PP sustituya a Rajoy. Y me parece casi enfermizo el tesón de «no, nunca, jamás» pactar con el PP que ha sido y es el santo y seña de Pedro Sánchez. ¿Podrían ambos, Sánchez y Rivera, cuyo pacto en los meses precedentes ha sido tan castigado por los electores, afrontar la acusación de que son ellos quienes frenan la posibilidad de un acuerdo que impida esa terrible hipótesis -estoy seguro de que no se producirá- de tener que ir a unas nuevas elecciones?

Claro que no estoy por dar un cheque en blanco a Rajoy. Le respeto, pero no comparto ni sus tiempos ni sus modos: creo que no es el hombre adecuado para emprender una etapa reformista, sobre todo porque no cree en esa especie, a mi modo de ver, de segunda transición. No es el Adolfo Suárez que en apenas once meses dio la vuelta al Estado como a un calcetín. Pero es el hombre que preside el partido al que más españoles han votado. Así que, para pretender gobernar, Rajoy tendrá, aunque no quiera, o más bien, aunque no sea precisamente un «fan» de la mudanza, que ponerse a ello: al Cambio. Delineando y explicando de manera muy concreta, antes de ponerse a hacer ofertas de alianzas, qué reformas piensa introducir, cómo y cuándo. Es decir, especificando el programa de Gobierno que no ha elaborado todavía. Soy optimista: no le queda otra salida y esta es, precisamente porque ganó las elecciones, su responsabilidad. Venga, ¿cuándo empieza de una vez?

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