MADRID, 3 (OTR/PRESS)
Pedro Sánchez ha perdido una batalla, pero no se rinde. Cree que todavía puede ganar la guerra. Está dispuesto a presentarse otra vez como candidato a la secretaría general así que la gestora fije fecha para celebrar el aplazado congreso y convoque elecciones primarias. Que nadie sabe cuándo serán porque ahora la tarea prioritaria de la gestora es recomponer los restos del naufragio. Tarea que les llevará mucho tiempo. Toda España ha sido testigo del vergonzoso espectáculo que han dado los máximos dirigentes de uno y otro bando el pasado fin de semana. Por no hablar del cobarde escrache organizado por supuestos militantes del partido contra todo el que entraba y salía de la sede de Ferraz. El PSOE está roto. Dividido como nunca lo estuvo en los últimos cuarenta años. Es una herida profunda auto infligida que va más allá de las discrepancias tácticas o de los matices ideológicos y se ha trasladado al terreno de los desencuentros personales. El sainete montado por unos y otros disputándose de manera tan chusca la legitimidad ¡hasta para organizar las votaciones! describe bien a las claras la mediocridad de los liderazgos actuales de este partido centenario que durante más de veinte años gobernó España. Sánchez ha sido defenestrado porque tras decir (en privado, según confidencia de Felipe González) que el PSOE se abstendría para facilitar la investidura de Mariano Rajoy,sin decirlo cambió de idea y decidió -mediante una negociación no pública- explorar un acuerdo con Podemos y buscar la abstención de los partidos independentistas catalanes. Negociaciones negadas, pero fáciles de colegir a partir del momento en el que una y otra vez Sánchez reiteraba su «no» al PP al tiempo que repudiaba la posibilidad de ir a unas terceras elecciones. En ese trance sólo quedaba un camino: la negociación con aquellos partidos o grupos a los que el último Comité Federal del PSOE había vetado. Al optar por una táctica de hechos consumados, Sánchez no tuvo en cuenta la fuerza de los barones, creyó que si se presentaba ante ellos con un acuerdo cerrado que permitiría al PSOE volver al Gobierno, cederían. No calculó bien sus fuerzas ni pensó que los críticos a su gestión se atreverían a poner en marcha la maquinaria del partido que permite destituir al líder. Se equivocó y perdió. Pero sigue en la batalla dispuesto a recuperar el poder apoyándose en un discurso izquierdista que cree del gusto de las bases. Todo esto lo que anuncia para el Partido Socialista es una larga travesía del desierto.