Fernando Jáuregui – ¿Está hecho el «gran acuerdo»? Quizá sí


MADRID, 6 (OTR/PRESS)

Escucho en una radio muy influyente a cierto profeta del desastre global, que algún día fue importante y a mí me sigue pareciendo entrañable en su despiste, «acusándome», supongo que incluso con cierto cariño, de «ir diciendo por ahí que el acuerdo (PP-PSOE) ya está hecho». El, ellos, siguen pensando, y no consigo explicarme cómo aún andan en esas, que vamos directos a unas terceras elecciones, porque el PSOE será incapaz de abstenerse y, si lo hace, el PP no aceptaría ir a la investidura si no es con condiciones suplementarias, como que los socialistas apoyen los Presupuestos y dejen gobernar a Rajoy al menos un par de años.
Pero no hay tal: los heraldos del caos se han quedado antiguos. Con una buena dosis de realismo, que muchos de sus voceros no parecen compartir, el presidente en funciones ha asegurado este jueves que no pondrá condiciones a la abstención de los socialistas. Ni hubiese podido ponerlas, ya que cada grupo parlamentario es libre y autónomo, faltaría más, para optar por la fórmula que prefiera.
Y, si los socialistas deciden abstenerse, como lo decidirán, porque no pueden hacer otra cosa (no, desde luego, concurrir a unas elecciones, donde el PSOE quedaría destrozado), pues se abstendrán. Y a Rajoy, cuando esta decisión se anuncie públicamente, le iba a ser muy difícil rechazar una nueva invitación real para afrontar la investidura. Sobre todo, cuando hace poco más de una semana estaba aún dispuesto a ceder en casi todo a cambio de la abstención del PSOE, que ahora ha visto debilitada su posición negociadora merced a la torpe inflexibilidad de Pedro Sánchez aferrado a la tabla de perdición del «no, no y no». Los socialistas, con una influencia minimizada, podrán ahora pedir poco a cambio de su obligada abstención, y los «populares» no podrán, entonces, y teniendo ya la mayoría necesaria junto con Ciudadanos, exigir condiciones para ir a la investidura, so pena de ser acusados de que son ellos quienes, ahora, propician las «indeseadas» elecciones.
Lo que ocurre es que ahora el PSOE es otro, y Rajoy, aunque siempre esté dando la impresión de permanecer inmóvil, se mueve bastante más de lo que parece. El presidente de la gestora provisional, Javier Fernández, que es quien ahora manda en el partido socialista, totalmente apoyado por la presidenta andaluza, es hombre a quien conozco y del que tengo una muy buena opinión como persona dialogante y que comparte con Rajoy esa cualidad del realismo. Así que se entenderán, primero porque sus caracteres coinciden mucho más que el de cualquiera de ambos con Sánchez, que se ha convertido en una especie de enemigo común; segundo, porque no tienen agravios ni resentimientos personales, que es algo que, increíblemente, juega mucho en política; y tercero, porque no tienen más remedio que entenderse. Si es que no han empezado ya a hacerlo.
El pacto, querido contertulio pesimista, está virtualmente hecho. Y solamente una dosis considerable de locura suicida por parte de socialistas (¿cuántos de los actuales diputados del grupo se quedarían sin escaño si hubiese nuevas elecciones?) y «populares» (¿qué efecto electoral acabará teniendo el informativamente jugoso juicio del «caso Gürtel»? ¿Y el de las «tarjetas black»?. Que no anden, pues, jugando con fuego) podría dar al traste con un acuerdo difícil, inestable. Pero ya se sabe que más vale un mal acuerdo que un buen pleito, como bien reza la maldición gitana «pleitos tengas y los ganes».
A partir de ahí, todo debe comenzar a discurrir con una relativa normalidad: los «barones» socialistas cediendo en sus remilgos a la abstención en un próximo comité federal y, luego, celebración de una sesión de investidura de Rajoy a finales de mes, antes de que venza el plazo y haya que convocar esas terceras elecciones que todos dicen no querer, aunque algunos lo digan con la boca muy pequeña. Pero, esta vez, y aunque a algunos les convenga, haberlas no las habrá, salvo que se repita la historia de Sansón derribando el templo, «muera yo con los filisteos». Ocurre, no obstante, que aquí ni siquiera hay alguien que tenga la fuerza de Sansón, que los filisteos somos todos y que el templo es España; así que menos lobos, menos postureo, menos sacar pecho y hala, a hablar y acordar, que el tiempo escasea y hay mucha tarea, que todos pueden afrontar en común, por delante.

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