MADRID, 8 (OTR/PRESS)
Hay una indudable crisis de recomposición de la izquierda en España, y eso es algo que, en mi opinión, constituye un fenómeno político de primer orden, ya resuelto en algunos países europeos, que no en todos. En España nos encontramos con dos proyectos de PSOE y dos proyectos de Podemos y sus terminales periféricas. Dos proyectos que se atraen y se repelen, en función de las circunstancias. Y las circunstancias, aquí y ahora, son que uno de los PSOES va a facilitar muy probablemente la investidura de Mariano Rajoy, mientras otro quisiera permanecer fiel a sus acuerdos regionales con Podemos. Y lo mismo con la formación morada, que cada vez evidencia más sus divergencias estratégicas respecto a sus relaciones con los socialistas, con cualquiera de las fracciones socialistas.
Pedro Sánchez se quitó esta semana de en medio, viajando con su familia, pública y notoriamente, a Los Angeles, donde les aguarda un mundo de Disneylandia. Aquí, en territorio patrio, dejó a su cordial enemigo Javier Fernández, el presidente del Principado de Asturias y de la gestora del PSOE que busca llevar al partido a la abstención en la investidura de Rajoy, hablando telefónicamente con el presidente del PP y del Gobierno en funciones, con quien ya hay, dicen, un buen comienzo de entendimiento.
No han faltado voces insignificantes, como la de la diputada socialista por Zaragoza -a la que los medios hemos dado un injustificado protagonismo- Susana Sumelzo, que hayan gritado alto y claro que votarán «no» en la investidura, sea cual sea la decisión del Comité Federal socialista, que muy probablemente será la de la abstención, tras protestas y gestos mil en el debate interno: a ver qué dice, al fin, la balear Francina Armengol. Y otras voces no tan insignificantes, como la del todavía líder del socialismo catalán, Miquel Iceta, también partidario del «no», forzado por sus primarias del sábado frente a Nuria Parlón y por su «alianza de hierro» con la semipodemita Ada Colau. Y es que el «problema catalán», que crece, también afecta al interior del socialismo español, que ve cómo el PSC se sitúa en una posición muy difícil ante el secesionismo y ante sus propias luchas intestinas.
Veremos quién vota qué en el grupo parlamentario socialista cuando, a finales de mes, haya que votar en la investidura de Rajoy: yo apuesto porque quizá haya deserciones, pero Fernández, que por cierto no es diputado, hará triunfar el abstencionismo entre los diputados socialistas. Simplemente porque el PSOE no puede -no tiene ni candidato…_ afrontar unas terceras elecciones. Y Rajoy, que las ganaría pese al juicio Gürtel y demás episodios, no quiere hacerlo, aunque no sea más que para que nadie pueda decir que propició con una actitud ambigua esos comicios que todos dicen que son indeseables.
Así que los del «no» parecen estar perdiendo por goleada en el PSOE frente a la batuta del astur Fernández y de la andaluza Díaz. Y eso afecta a las relaciones de los socialistas, de algunos barones socialistas, con Podemos, dividido en lo referente a cómo tratar el posible apoyo abstencionista -no es apoyo, en realidad, advierte, con justeza, Fernández_ del PSOE a Rajoy. «Rompamos los pactos regionales en Extremadura, Valencia, Aragón, Castilla-La Mancha», dicen los adeptos a Pablo Iglesias. Frente a él se alza la moderación de Iñigo Errejón y voces como la de la «número dos» valenciana Mónica Oltra: «Si alguien facilita un Gobierno del PP en España, ¿vamos a facilitar también un Gobierno del PP en las comunidades?», dice, refiriéndose a esa oferta de los «populares» a los barones socialistas, en el sentido de que les apoyarán en sus respectivos territorios si corren el riesgo de perder el poder ante una ruptura de los pactos por Podemos.
Y en ese dilema se debate la izquierda-a-la-izquierda. De manera que Rajoy, atado al mástil del barco en la tormenta, ha logrado, de una tacada, desarbolar al PSOE y sembrar el debate, mucho más táctico que estratégico, y mucho más profundo que el del PSOE, en las filas de Podemos. Ahora, la gran batalla entre socialistas y podemitas va a ser la de quién encarnará la oposición al inminente Ejecutivo de Rajoy, si un PSOE debilitado moralmente (y físicamente) o un Podemos en busca de una identidad más definitiva que el mero gesto de rechazar o no ir a la recepción del Rey con motivo de la fiesta nacional («de smokings», se equivoca Iglesias) del 12 de octubre.
¿Mi apuesta? Arriesgada, como siempre, me temo. Habrá un PSOE que se acerque a un Podemos, y otro PSOE y otro Podemos que terminarán confluyendo junto a Izquierda Unida. Porque a nadie, y tampoco al país, conviene el lío que actualmente viven todos ellos. Siempre he dicho que, si hubiese un verdadero estadista algún día al frente del PSOE, ya habría intentado «fichar» a Errejón -no, no es una «boutade», no del todo, al menos- ofreciéndole convertirse en su «número dos», abandonando a Pablo Iglesias en los brazos del Pedro Sánchez de turno. Y ya veríamos qué pronto dejaríamos de especular sobre «sorpassos» y otras cosas secundarias que nos distraen del gran debate sobre qué hacer en el futuro con este país nuestro, tan importante, tan desnortado a diestra y, claro, a siniestra.