MADRID, 11 (OTR/PRESS)
Así que llega el 12 de Octubre los periódico se llenan de artículos -con reflexiones o invectivas- acerca del sentido que tiene ser español. Es una polémica circular que da pie a un fenómeno único. En ningún otros país del mundo sus naturales discuten si se sienten o no ciudadanos de su país. No discuten por la sencilla razón de que asumen que uno es de donde nace, aunque como dice el dicho popular al cabo de la vida uno puede elegir donde pace. «Ubi bene ibi patria» que dijo el clásico. En ningún otro sitio se discute, pero aquí sí. Desde que Miguel de Unamuno proclamara su dolor por España no hemos dejado de flagelarnos periódicamente a propósito de este asunto. Es una polémica que tiene sus raíces en la Historia que es la que explica cómo y en qué circunstancias los diferentes territorios y reinos de la Península Ibérica -mediante guerras y matrimonios reales- fueron conjuntándose hasta cerrar, hace cinco siglos, el diseño que hoy conocemos. Otras naciones, el caso de los EE.UU. es paradigmático a esos efectos, conmemoran con entusiasmo las fechas que evocan los aconteceres históricos que dieron pie a la definitiva formación de su República. Los escolares estudian la Historia del país y conocen su Constitución. Otro tanto sucede en Francia. Ese nexo inicial, asumido por todos, ni castra la diversidad ideológica ni impide la pluralidad política. Cuando se dice que en España la renuencia de una parte de la izquierda (el de los separatistas tiene otro origen) hacia los símbolos propios que nos identifican como país -la bandera, el himno, la Fiesta Nacional-, es porque el franquismo se apropió de ellos y porque remiten a las heridas de la Guerra Civil, heridas nunca del todo cicatrizadas, se olvida que la Constitución del 78 fue aprobada por la inmensa mayoría de los españoles y en ella están las bases que nos han permitido superar el ancestral rencor de las «dos Españas». Quienes mantienen anclado su discurso en aquella polarización derechas/izquierdas se olvidan de que la España democrática de nuestros días es otro país. Un país moderno en el que pese a las desigualdades acrecidas por la crisis, el grueso de la gente mira hacia el futuro y «pasa» de los sembradores de rencor y sombras sobre nuestra Historia.