MADRID, 6 (OTR/PRESS)
Mientras rezamos lo que sabemos para que los americanos no se vuelvan locos y elijan a Donald Trump para gobernar Estados Unidos y el mundo -aunque ni Estados Unidos ni el mundo son ya lo que eran- al reconfirmado ministro de Educación, Iñigo Méndez de Vigo, le espera un arduo trabajo para conseguir el imprescindible -y casi imposible, Pacto por la Educación. Habría que añadirle también «y por la Investigación», porque sin una apuesta clara por la ciencia no habrá futuro. Pero va a ser difícil. Esta semana que empieza muchos alumnos llegarán a clase sin haber hecho los deberes que les han encargado sus profesores porque así lo han decidido sus padres, ni siquiera ellos. Y no todos los padres. Esta acción de protesta que sienta un precedente peligroso, la ha tomado una de las dos asociaciones de padres y madres (AMPAS) que existen en el terreno educativo y cuya representación es, cuando menos, dudosa. La CEAPA, que agrupa a la escuela pública se enfrenta una vez más a la CONCAPA, que agrupa a la concertada.
Quitar la autoridad a los profesores -los padres son «los buenos», los profesores, «los malos»- no sólo es una decisión equivocada, es un error mayúsculo, una falta de sentido común que, lamentablemente, no es la primera vez que se produce en la educación. Mañana podrían pasar dos cosas: que los escolares se nieguen a seguir otras instrucciones de sus profesores, porque sus padres les han puesto ya en el camino y que los docentes devuelvan a esos niños a sus padres porque llegan a la escuela mal educados, sin ganas de trabajar o con comportamientos incívicos, que son responsabilidad de la familia y no de la escuela. Al profesor le hemos quitado la autoridad y en lugar de maestros les hemos convertido en culpables de las malas notas de nuestros hijos, aunque éstos no peguen ni golpe. Lo de los deberes excesivos es uno de los menores problemas de la educación española hoy, aunque sea necesario abordarlo. Hay una lista interminable de asuntos que resolver antes y, en todo caso, bastaría una conversación entre profesores y padres en el propio centro escolar.
Una política educativa estable y común, la calidad de la enseñanza, la capacitación del profesorado, -donde tienen que estar los mejores profesionales y bien pagados-, el nivel de exigencia, la reducción del abandono escolar, la mejora de la Formación Profesional, la reforma de la Universidad y, casi en último lugar el aumento del presupuesto dedicado a educación están muy por delante de un asunto «anecdótico» como es el de los deberes. Los deberes son necesarios. Otra cosa es la cantidad, la dificultad o el tiempo que hay que dedicarlos. Pero si queremos que no haya exámenes, que los alumnos pasen de curso con cuatro o más asignaturas suspendidas y que todos lleguen a la Universidad, no estamos defendiendo un sistema educativo, lo estanos matando. El Pacto para que la educación deje de ser un arma política empieza por los padres. Si ellos juegan a la división, será imposible el acuerdo. El populismo es malo en todas partes, pero es lo último que debería instalarse en las aulas.