La semana política que empieza – España vota, claro está, a Hillary


MADRID, 6 (OTR/PRESS)

Para los españoles, y para el conjunto de los europeos, la cosa está clara: una victoria de Trump en las elecciones norteamericanas, que ese personaje tan atípico, por decirlo de manera elegante, se convirtiese en el presidente de los Estados Unidos, sería una auténtica catástrofe para el país, para el continente, para el mundo. No encontrará usted grandes elogios a la demócrata Clinton en los medios españoles, pero, desde luego, apenas hallará un solo comentario, ni siquiera de los que siempre buscan epatar, simpatizando con una victoria del excéntrico republicano. No faltan españoles que digan, que digamos, que, dado lo que todos nos jugamos en las elecciones del martes en Estados Unidos, nos deberían dar la posibilidad de votar a uno u otra candidatos. De hecho, España vive estas elecciones casi como propias, y son muy numerosos los periodistas representantes de medios españoles que siguen «in situ» el desarrollo de la recta final de los acontecimientos en Estados Unidos: por falta de información puntual no quedará.
Una vez que hemos empezado a poner orden político en casa (bueno, ya veremos: bien orientados, al menos, sí vamos), los españoles nos enfrentamos ahora a serios retos en el mundo en el que nos insertamos. El año próximo no va a ser de calma en nuestra Europa, donde habrá elecciones en Francia, con Le Pen en cabeza de los sondeos, y en Alemania, con «nuestra» Merkel corriendo riesgos frente a las corrientes más xenófobas. Las incertidumbres del Brexit, que ya veremos si se consuma en una Gran Bretaña bajo el liderazgo mínimo de May y con el laborismo desunido, tampoco ayudan a configurar un panorama estable.

Y en Rusia… en Rusia, donde se ha apoyado a Trump más allá de lo razonable, lo que ya debería darnos una idea del valor que debemos dar al candidato republicano, pueden ocurrir muchas cosas, pero ninguna del todo buena: de la mano del zar Putin, la inmensa ex Unión Soviética -que cada día se parece más a la vieja Unión Soviética- corre el peligro de deslizarse hacia la influencia de los «estados gamberros» a los que Putin apoya sin remilgos. Imagínese usted un mundo en el que populistas como Trump o Marine Le Pen (que también apoya a Trump y que no, no ganará la segunda vuelta de las elecciones francesas… creo y espero) comparten el poder de las últimas decisiones con alguien como Putin; ¿qué ocurriría entonces con la moderada, timorata, Unión Europea? ¿Hacia dónde tendría que dirigirse la humildísima acción diplomática española, cuyos parámetros generales pasan ahora más por la UE que por cualquier otro sitio?

Yo no sé si las meditaciones de Rajoy, que en el último año se han visto forzadas a discurrir sobre el lamentable panorama interno que hemos vivido los españoles, han abarcado la bola de cristal con el futuro del mundo que hasta ahora conocíamos. No es él hombre de grandes especulaciones, así que estoy seguro de que, si le preguntan qué piensa de las inminentes elecciones norteamericanas, aconsejaría paciencia, barajar y no hacer mudanzas en tiempos de crisis, como reza la máxima ignaciana. De hecho, con el nombramiento de un ministro de Exteriores al que poca gente conoce, el archiexperto en temas europeos Alfonso Dastis, que tiene un perfil que casa muy mal con los populismos y con los fuegos de artificio, Rajoy ya ha hecho su apuesta. Y esa apuesta no pasa, desde luego, por los excesos de Trump, que me consta que horrorizaba al antecesor de Dastis, un García Margallo que no escondía precisamente sus opiniones al respecto. Simplemente, España, la mejor aliada de Estados Unidos en Europa tras Gran Bretaña, un país donde las fuerzas armadas norteamericanas reposan y repostan a placer, no está preparada para alguien como Trump.
No hace falta ser un experto en los asuntos norteamericanos -quien suscribe, desde luego, no pasa de ser un aficionado modesto, que alguna vez ha tenido ocasión, en el pasado, de seguir parcialmente alguna campaña_ para darse cuenta del riesgo de colapso del mundo actual, de «nuestro» mundo, si ocurre lo peor para nosotros. Es decir, una victoria del candidato más odioso; ya se anuncian bajadas espectaculares en las bolsas, para empezar. Porque Trump no es el Cambio, palabra que es merecedora de todos los respetos, sino el Caos, los cuatro jinetes del Apocalipsis unificados. No hay que confundir una cosa con otra. Y si es cierto que Hillary Clinton representa un cierto continuismo al que muchos norteamericanos, ya se ve, no se resignan, no menos cierto es que su oponente, que algunos insensatos creen que se moderaría en el sillón bonancible de la Casa Blanca, representa casi a las fuerzas del Averno, lo peor. Incluyendo algunas injerencias del FBI, de las que el mundo entero hablará en su momento.
Vuelve, Hillary, que, con correos imprudentes o sin ellos, te perdonamos. Al menos, tú eres una de los nuestros. O casi. Lástima no poder votar el martes, mecachis…

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