MADRID, 10 (OTR/PRESS)
Encontrar explicaciones lógicas a la derrota de Hillary Clinton no es fácil cuando su contrincante es un personaje tan mediocre como lo es Donald Trump. Un hombre inculto, visceral, racista, machista y homófobo. Calificativos todos que él mismo se ha encargado de airear y potenciar después de que fuera elegido candidato por los republicanos a la presidencia de su país. Sin programa o con un programa que, de llevar a cabo, traerá consecuencias imprevisibles, su éxito habrá que buscarlo en esa América profunda, tan desconocida para los europeos, que nada tiene que ver con la imagen que hemos atesorado de ciudades tan cosmopolitas como Nueva York o Los Angeles. Por eso, una vez que ha pasado la resaca electoral, la pregunta que hoy nos hacemos muchos ciudadanos del mundo, es por qué ante dos contrincantes tan diferentes, cultural y políticamente, una mayoría de ciudadanos se han inclinado por quien recurre a los instintos más primarios del ser humano en vez de hacerlo por una mujer suficientemente preparada, con gran experiencia política y con un programa en el que las mujeres, los inmigrantes, tienen una gran relevancia en el país de las grandes oportunidades.
Las respuestas son muy diferentes dependiendo de a quién se pregunte, pero si algo me ha dejado perpleja es la que utilizan algunas mujeres para justificar su inclinación por el famoso empresario antisistema, que ha hecho un imperio utilizando las políticas económicas más ultraliberales, sin importarle las consecuencias que en la vida de las familias pudieran tener.
Dicen algunas seguidoras de Trump que de Hillary no les gusta su imagen, su curriculum, su ambición, la postura que adoptó cuando tuvo conocimiento de que su marido había tenido un romance con Mónica Levinsky, o simplemente porque pertenece al denostado «sistema establecido». Un retrato deformado que no hacen de los hombres, porque, si así fuera, ninguna mujer se hubiera atrevido a depositar su voto en favor del rey de los casinos.
No entiendo por qué cuando una mujer es legítimamente ambiciosa se le demoniza y, en cambio, cuando lo es un hombre, se le aplaude y encumbra. Y lo que es peor, lo entiendo por más que me duela reconocerlo. El machismo no es cosa de hombres, o no lo es solo de ellos, porque hay mujeres que a fuerza de interiorizar su admiración por el macho alfa, han acabado compartiendo sus mismos sentimientos. Que se critique a Hillary por haber perdonado las infidelidades de su marido y no a Donald Trump que alardea de utilizar a las mujeres cuando le viene en gana, demuestra el tortuoso camino que nos queda por recorrer hasta alcanzar la igualdad real.
Si como ha dicho en su primera comparecencia pública, lo que ahora toca es remar todos en la misma dirección, me temo que tiene una ardua tarea por delante, teniendo en cuenta el desgarro al que ha sometido a la ciudadanía de su país.
En cuanto a Hillary, creo que pasará tiempo antes de que otra mujer se atreva a dar el paso de presentarse a la presidencia de Estados Unidos. Entre otras razones por el alto precio que ha pagado quien pretendía romper ese techo de cristal que impide que muchas otras alcancen altas cotas de poder en la administración o en la empresa privada.
Creo sinceramente que el fracaso de Hillary, es el fracaso de muchas otras mujeres que la admiramos por su fuerza, por su inteligencia y por intentar hacer de la sociedad que nos rodea, una menos machista, más integradora y por qué no, menos desigual.