MADRID, 10 (OTR/PRESS)
Hay gentes que dicen que, al fin y al cabo, que sea alguien como Donald Trump quien ocupe la presidencia de los Estados Unidos es algo secundario para nosotros, los españoles: allá los americanos con lo que han elegido, te dicen. Olvidando -o no– que, desde «Bienvenido míster Marshall», desde que se firmó el primer Tratado entre ambas naciones en 1953, la dependencia económica, estratégica y hasta cultural de España con respecto al gran «aliado preferencial» estadounidense es, más que grande, decisiva. Y que la diplomacia española, que siempre ha sido tan cautelosa a la hora de tratar las relaciones bilaterales con Washington, ni siquiera había previsto una victoria del atípico republicano, después de haber apostado inequívocamente por la candidata demócrata; si no, pregúntenle al ex ministro García Margallo. Y ahora, teniendo en la Casa Blanca a ese señor, tan distinto y distante de las morigeradas costumbres -y menos mal- de nuestros gobernantes, ¿qué hacemos?
Pues eso: de momento, enviarle un prudente –¿meramente correcto?– telegrama de felicitación, como ha hecho Mariano Rajoy, confiando en que, al menos, nos envíe un embajador que no resulte una réplica de su jefe. Y que los acuerdos sobre Rota, Morón, la descontaminación de Palomares, los comerciales y todas esas cosas que nos mantienen ligados a los intereses norteamericanos, y en las que los españoles, por lo demás, estamos tan interesados, discurran por cauces de normalidad.
Me preocupa mucho que lo máximo que podamos esperar de Trump es que, una vez asentado en la Casa Blanca, no cumpla las atrocidades que prometió durante la campaña: deportar a diez millones de inmigrantes «ilegales» y construir un muro de tres mil kilómetros para separarse de su vecino del sur, por ejemplo. Una ruptura total o parcial de Estados Unidos con México, donde España tiene tantos intereses económicos, sería un auténtico desastre para nuestro país. Y un distanciamiento de Europa con respecto a los Estados Unidos –¡nada menos que el xenófobo británico Nigel Farage se ha ofrecido para ser el mediador entre los EE.UU y la UE!- no traería sino desgracias, como desgracias acabará reportándonos, a nosotros y al orbe entero, la más que incipiente «entente» entre el nuevo presidente americano y el zar de todas las rusias Vladimir Putin: el mundo no está preparado, y afortunadamente nunca lo estará, para una alianza de esas características.
Comprenderá usted que no me sienta precisamente optimista ante los nubarrones que se adivinan, y que los menos conscientes en nuestro país quisieran -qué más me gustaría a mí que poder compartir ese sentimiento- minimizar. No, Trump ni ha sido un candidato «normal», ni ha hecho una campaña normal, ni su pasado es homologable a los parámetros éticos y estéticos de una figura responsable que asume tanto poder. Ni, me temo, va a ser un presidente «normal», a menos que entienda que los casi sesenta millones de personas que le votaron no lo hicieron, ni una de ellas, para que continúe con sus histrionismos, sus salidas de tono y sus vejaciones a una parte de la población americana y mundial. Basta de «payasos asesinos» de Halloween.
Bueno, volvamos al relato de la «Trumpshallmanía»: temo que no podemos esperar grandes cosas de una Administración que se va a regir por el ultra-nacional-nacionalismo, abominando del «espíritu OTAN» y de cualquier forma de cooperación, no digamos ya si ésta es humanitaria, y menos cultural. Los grandes valores tradicionales de filantropía e idealismo que caracterizaron a la Norteamérica admirable, la que ayudó a ganar la guerra contra el nazismo, están en vías de extinción. Y eso, claro, acabará afectándonos a nosotros, a todos los europeos, y al resto del mundo mundial.