Antonio Casado – Menos lobos


MADRID, 11 (OTR/PRESS)

Una vez sabido que el nuevo presidente norteamericano, Donald Trump, no dará patadas al tablero, a pesar del agresivo populismo desplegado durante la campaña electoral, los directivos de las aproximadamente setecientas empresas españolas instaladas en los EE. UU., (ojo, las instaladas en aquel país, en aquel mercado interior, no confundir con las que exportan bienes o servicios, que son muchas más) han respirado más aliviadas.
El tranquilizador mensaje nació del discurso pronunciado por el candidato republicano la misma noche del recuento. Bastante más conciliador de lo previsto. Nada recordó a sus insolentes bravatas. Escuchando sus primeras palabras, una vez confirmada su victoria en las urnas, empezó a dejar claro que no pensaba abdicar de la responsabilidad de su gran país como luz de posición en la parte civilizada del mundo.
No habrá brexit a la americana, aunque pudo parecer que lo había propuesto a su propia ciudadanía y a la del resto del mundo que vive condicionado por lo que hace o deja de hacer el país más poderoso del planeta. Estados Unidos no se encerrará entre muros en aplicación de las tóxicas doctrinas sugeridas en la campaña de Trump: xenofobia, racismo, proteccionismo comercial y portazo a la multilateralidad institucionalizada.
Los empresarios españoles están convencidos de que en la Casa Blanca se instalará una vez más el pragmatismo. Así lo deduzco de una agradable conversación con el presidente de la CEOE, Joan Rosell. De todos modos, en la sede de la patronal nunca llegaron a estar preocupados por el futuro de nuestras inversiones porque siempre tuvieron presente el hecho de que la seguridad jurídica es un valor garantizado en EE. UU.
El tránsito entre la condición de candidato y la de presidente in pectore ha sonado a música celestial en Moncloa y las cúpulas de las multinacionales. No olvidemos que España, amén de las 700 empresas instaladas, es el noveno país inversor en EE. UU., con una balanza comercial donde aparecen prácticamente igualadas importaciones y exportaciones (datos de 2014).
Todo lo cual no obsta para celebrar, como señales añadidas, que el futuro presidente norteamericano abrace la cultura del diálogo sobre «bases comunes» y el respeto a los votantes demócratas: «Seré el presidente de todos los americanos». Señales más que suficientes para evitar el temido miércoles negro en la bolsa e insuficientes para desmentir la extendida idea de que estamos ante un puñetazo de la realidad en la cara de analistas y encuestadores al servicio del sistema.
Pasto fresco para calmar la voracidad de los columnistas de moda, que siguen dando vueltas a los términos más utilizados estos días en la Prensa española. A saber: estupor, perplejidad, frustración, incredulidad, miedo, contrariedad, incertidumbre, llanto y crujir de dientes entre quienes creían -creíamos- que el sentido común del pueblo norteamericano apagaría en las urnas los brotes de matonismo, xenofobia y racismo alimentados por Trump durante una campaña a cara de perro. Menos lobos.

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