La semana política que empieza – Un año triunfal… pero solo para Rajoy, claro


MADRID, 18 (OTR/PRESS)

Cuando, este martes, se cumpla el primer aniversario de aquellas elecciones que tan lejanas parecen y que dieron una victoria insuficiente al Partido Popular, habrá muchos que piensen que no hay mucho, la verdad, que celebrar: ha sido un año de tensiones políticas sin cuento. Un año en el que el Partido Socialista ha quedado desarbolado y con difícil recuperación. Un año en el que el «emergente» Podemos ha intentado, de la mano de Pablo Iglesias, toda suerte de volatines, enzarzándose en un debate interno interesante, pero estéril. Un año durante el cual el también emergente Ciudadanos ha ido perdiendo peso y quizá influencia. Y ahora hablamos de lo que ocurrió, y va a ocurrir, en Cataluña.
Bueno, claro, también ha sido un año sustancialmente bueno, quién lo iba a decir hace doce meses, para Mariano Rajoy.
Rajoy no solamente ganó aquellas elecciones, sino que iba a ganarlas nuevamente, con algo más de ventaja sobre el siguiente, el PSOE, en la segunda edición de junio. Y vio cómo una alianza entre Ciudadanos y los socialistas se disolvía sin ruido ni consecuencias, para pasar a ser él, el presidente en funciones que no quiso ir a una primera investidura, quien se aliase con el partido de Rivera, que ahora anda como aprisionado por un pacto no escrito entre socialistas y «populares». Porque, a todo esto, no podemos olvidar que, entre las más íntimas satisfacciones de Mariano Rajoy figura, sin duda, el haber visto pasar ante su puerta el cadáver de su enemigo, Pedro Sánchez, el hombre que, a base de proclamar «vamos a mandar a Rajoy a la oposición», le ha fortalecido y ha garantizado su permanencia, tres años más, en La Moncloa. Acabó, para el PSOE, la era nefasta del «no, no y no» para comenzar una etapa que algunos casi califican como de «gran coalición sin gran coalición» con el PP; fructífera, en todo caso.
Todo eso, además de haberse convertido Rajoy, merced a las tensiones internas en otros países de la UE, en el vicedecano de los mandatarios europeos, tras su aliada, correligionaria y casi amiga Angela Merkel. Fíjese usted si ha sido un año bueno para Rajoy, que, por cierto, se enfrenta al congreso de su partido en febrero como líder indiscutible, y ello, sin apenas despeinarse -que se ha despeinado algo más de lo que sugieren esos «cartoonist» que siempre le dibujan tumbado, pero tampoco es que se haya desmelenado, esa es la verdad-.
Lo más importante de todo es que Rajoy, cuya experiencia política y cuyo control de su partido nadie discute, aunque esté muy lejos de ser un líder carismático, ha sabido virar. ¿Queréis pactos? Pues tendréis pactos. ¿Me recetabais diálogo con Cataluña? Pues ahí tenéis a la vicepresidenta, ya que mi condición dialogante es escasa, abriendo oficina en Barcelona. Otra cosa, claro, es que todo eso sirva para algo; ya veremos en qué para esa «cumbre secesionista» convocada por el molt honorable Puigdemont para el viernes, una «cumbre» que, sospecho, no podrá ser ignorada en el mensaje navideño, este año más importante que nunca, del Rey al día siguiente, Nochebuena. Sin duda, el jefe del Estado lanzará algunos de sus genéricos mensajes, llenos de prudencia que a veces a quien suscribe se le antoja excesiva, que luego serán interpretados por los exégetas en clave de llamamiento a la unidad de la Patria. Como si eso fuese a tener repercusión en la Plaza de Sant Jaume…
Y no, creo que no es nadie en el Gobierno, ni siquiera Rajoy, aunque será consultado previamente, quien escribe estos discursos de Su Majestad. Bastante va a tener el presidente con afrontar a los periodistas -cada vez le interesamos menos_ en los corrillos de la «copa de Navidad» en Moncloa, o en la ya tradicional conferencia de prensa de resumen del año, quizá el 30 de diciembre. Pero pelillos a la mar: se cumple un año en el que ha pasado de todo, pero que, en el fondo, ha dejado las cosas casi tal y como estaban. ¿Cabe mayor felicidad para aquel que, por estas fechas hace cinco años, se encaramó al poder desde la mayoría absoluta y ahí sigue, triunfando -no se deje engañar por las aparentes «cesiones» pactistas- con su mayoría relativa?

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