Más que palabras – El relato, la sentencia y la monarquía


MADRID, 17 (OTR/PRESS)

El relato que vienen contando desde hace años todos los periódicos comenzaba en septiembre de 2003, «Iñaki Urdangarin se vistió de corto en Marivent para disputar un partido de pádel en la pista privada de la residencia estival de su suegro, el Rey de España. Entre los jugadores que se dieron cita destacaba un invitado especial: el flamante presidente del gobierno balear y ex ministro Jaume Matas. Allí, entre revés y revés, se fraguó el inicio de una relación crematística que permitió al duque de Palma ingresar en sus empresas y en la supuesta ONG que controlaba con el profesor de Esade Diego Torres, el famoso Instituto Nóos, más de 2,5 millones de euros públicos otorgados por el Govern balear a dedo. Un negocio que a la postre le llevó al banquillo de los acusados, donde el año pasado afrontó una petición de 19 años y medio de cárcel de la Fiscalía Anticorrupción en un juicio que duró seis meses. Han pasado 14 años y esa simbólica partida de pádel toca a su fin».
Este es un fragmento de la crónica que mi colega Eduardo Colom firmaba en El Mundo poniendo en situación los orígenes de un caso de corrupción que se leerá en la historia de España, y que ha tenido unas consecuencias evidentes para la Monarquía.
Este viernes a las doce de la mañana supimos que un yerno del Rey Juan Carlos, el cuñado de Felipe VI va a entrar en prisión por haber cometido graves delitos. El marido de la infanta Cristina, exduque de Palma, estaba acusado de tráfico de influencias, malversación, prevaricación, fraude, estafa, falsedad, contra Hacienda y blanqueo de capitales. La Fiscalía pedía para él una condena de 19,5 años de reclusión y Manos Limpias solicitó 26,5 años y al final después de una tensa deliberación la sección primera de la Audiencia Provincial de Palma le ha condenado a 6 años y 3 meses de cárcel.
En cuanto a la Infanta Cristina de Borbón, hija y hermana de reyes, para quien el sindicato Manos Limpias reclamaba 8 años de cárcel por dos delitos fiscales finalmente ha sido exonerada pero su imagen ha quedado para siempre dañada y ha estado a punto con su negativa a renunciar a los derechos dinásticos, de llevarse a la institución por delante.
Once años y un día después de que el diputado socialista Antoni Diéguez pidiera explicaciones por elevado coste de un foro sobre turismo -1,2 millones de euros- organizado para el gobierno balear por Iñaki Urdangarin hay una sentencia que no deja lugar a dudas sobre las prácticas corruptas de todos los personajes que han intervenido en la trama.
La sentencia tenía que ser ejemplar y ejemplarizante -aunque para muchos no lo ha sido- porque si es cierto aunque yo lo dudo que en este país «quien la hace la paga», con el yerno del rey y una infanta de España no sería tolerable hacer una excepción. Este caso ha sido, desde siempre, una cuestión de Estado porque la posible cobertura que habría proporcionado la casa Real a los negocios ilícitos del «yernisimo» ponía en riesgo a ojos de muchos uno de los pilares del estado de derecho establecido por la Constitucion del 78: la monarquía. De hecho el juicio ha puesto a la jefatura del Estado en una situación delicadísima. El rey Juan Carlos, por mucho que se haya querido vender su abdicación como un relevo generacional, se marchó por el profundo desgaste que a la institución le suponía este caso, que además coincidió en el tiempo con el deterioro de su imagen tras conocerse su relación con Corinna y el accidente, cuando se encontraba cazando elefantes en Botsuana.
Han sido unos tiempos difíciles, coincidiendo además con la crisis económica más dura desde la transición, donde ha parecido que el sistema se derrumbaba porque está claro que la supervivencia de la monarquía, que basa su autoridad en la ejemplaridad es absolutamente incompatible con la corrupción. Y ahí es donde el Rey Felipe VI ha acertado, primero desvinculándose por completo y rompiendo relaciones con su hermana y después manteniéndose firme pese a tratarse de su hermana su cuñado y sus sobrinos.
Ese lacónico «respetamos la actuación de la justicia» que ha sido el mantra de la Casa del Rey durante todas las decisiones judiciales, esconde una realidad muy dura nivel personal y como jefe del Estado. Es el Rey y sabe de sus responsabilidades que no son pocas. Haber cometido algún error a modo de injerencia hubiera sido letal para la institución. La monarquía, no nos engañemos siempre está y estará en el punto de mira.

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