Antonio Casado – Narcisismo político


MADRID, 6 (OTR/PRESS)

Hay una documentadísima tendencia de los políticos pillados en falta a descolgarse de la realidad. O a creer que la realidad conspira contra ellos cuando fallan las expectativas advertidas en el espejo, espejito mío, quién vale más que yo. O, simplemente, cuando es el propio interesado quien desmiente al espejo, antes de romperlo por haber reventado esas expectativas.
Les suele ocurrir, mecachis, justo a punto de tocar el cielo. Me viene a la cabeza este rasgo narcisista, propio de los profesionales de la política, mientras veo bracear al candidato a la Presidencia de la República Francesa, François Fillon. Casi a la desesperada, intenta remontar contra corriente la reprobación pública que se ha ganado por practicar el nepotismo en el ejercicio de su función parlamentaria. Saberse que contrató como asistentes a su esposa y a dos de sus hijos con dinero público y su imparable caída en las encuestas fue todo uno.
A este lado de los Pirineos andamos sobrados de ejemplos sobre el virus narcisista que suele afectar a líderes políticos y quienes aspiran a serlo. Lo mismo le ocurrió al socialista Pedro Sánchez cuando acariciaba el sueño de ganar la Moncloa aunque fuese pactando contra natura. Presa de una evidente malversación de su legítimo afán de poder, tuvo que ser su propio partido quien le echara abajo una hoja de ruta diseñada en función de su personal supervivencia política y no en función de los intereses generales, ni siquiera los del PSOE.
También le ocurrió a José María Aznar, ya en el camino de vuelta, después de haber tocado el cielo durante ocho años de reinado. Lo tenía todo listo en marzo de 2004 para irse en olor de santidad y, mire usted por donde (jueves de sangre, domingo de urnas), se acabó yendo de aquella forma indigna que le retrató en su nada inocente empeño por persuadirnos de que la tragedia del 11-M se había perpetrado contra él «y no en lejanas montañas ni en remotos desiertos». Nunca se recuperó de aquella frustración mal curada.
Mucho más cercano tenemos el caso de Artur Mas, ex presidente de la Generalitat y líder del nuevo look de CDC. Estos días lo hemos visto dispuesto a declarar su inquebrantable acatamiento de las leyes españolas (no tuvo intención de delinquir, no hubo referéndum sino «proceso participativo», el 9-N fue cosa de los voluntarios, no descifró bien el mandato del Constitucional), a cambio de evitar la inhabilitación para cargo publico y así poder intentar el retorno a la Generalitat.
En fin, anotemos también al presidente de la Comunidad de Murcia, Pedro Antonio Sánchez, entre los afectados por el virus del narcisismo político. No piensa dimitir aunque su partido corra el riesgo de perder esa parcela de poder. O aunque pueda romperse el Pacto PP-Ciudadanos y desencantar una crisis a escala nacional.

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