MADRID, 21 (OTR/PRESS)
¡Menudo ejemplo!. El espectáculo bochornoso que dieron el pasado fin de semana los padres de los equipos infantiles de los clubes mallorquines Alaró y Collerense que se liaron a puñetazo limpio, no tiene desperdicio. Ver a los padres convertidos en auténticos hooligan, en salvajes descontrolados, con una agresividad impropia e intolerable en el deporte ¡y también en la vida! es absolutamente indignante. La multitudinaria pelea que se originó en presencia de sus hijos se ha convertido en viral en las redes sociales y de ahí su repercusión. Porque aunque no es la única, sí es la última. El Alaró que ha decidido retirar al equipo infantil de la competición, pedirá a la Federación que los partidos que les quedan por disputar «se celebren sin marcador, como si fueran amistosos, para que los niños puedan seguir jugando al fútbol». El presidente del club ha dicho a los periódicos que «los niños no tienen ninguna culpa. Están muy afectados, llorando y quejándose de que ellos sólo quieren jugar a fútbol, no pelearse con nadie». Eso es verdad, los niños no son culpables de tener por padres a unos energúmenos que hacen de la violencia una actitud en la vida y uno se pregunta ¿qué tipo de educación reciben estos chicos en sus casas?
Está claro que el antídoto frente a estas actitudes tan violentas se llama educación pero no hay que olvidar la sanción y creo que los padres que protagonizaron esto no deben volver a pisar un campo de fútbol ¡así de claro!.
De entrada la Comisión Antiviolencia de la Federación de Fútbol de las Islas Baleares enviará a la Fiscalía el video de la pelea y presentará denuncias por la vía penal. «Informaremos de los hechos sin entrar en más valoraciones, es decir, será el fiscal el que determinará el tipo de delito penal que cabe aplicar tras los incidentes en un campo de fútbol», ha apuntado el presidente de dicho organismo y me parece bien, pero espero que ésta no sea una forma de lavarse las manos por elevación cuando su misión es justamente lo contrario.
Las reacciones de condena han sido unánimes y son muchos los que han recordado que «el lugar donde toda persona desarrolla su capacidad para relacionarse con el resto es la familia; que es el lugar en el que los hijos adquieren los valores que en su etapa adulta serán capaces de irradiar allá por donde pasen y el lugar donde se aprende a vivir con más personas, a compartir y a exigir a la vez». Todo eso es cierto pero la violencia está extendida en todos los ámbitos de la sociedad y es admitida incluso justificada en muchas ocasiones especialmente en el deporte. Los campos de fútbol, las canchas de baloncesto o los recintos donde se practica cualquier tipo de deporte no pueden convertirse en campos de batalla con la excusa de soltar adrenalina y menos aún cuando estamos hablando de niños que ven a los adultos dar rienda suelta a las pasiones más bajas sin temer a las consecuencias.
Alguna vez he comentado que soy una rara avis. No me gusta el fútbol, pero cuando me invitan a un buen partido disfruto con el espectáculo y todos la parafernalia que se monta en torno a los acontecimientos deportivos. Valoro y respeto mucho a los aficionados y por supuesto el esfuerzo físico, el coraje, la destreza y la valentía de esos deportistas de élite que empezaron sus carreras cuando tenían la edad de los chicos que jugaban en Baleares. Si lo que van a aprender es lo que les enseñaron el otro día sus padres me temo que no llegarán a lo más alto y eso también deberían saberlo sus progenitores. ¡Qué vergüenza!