Victoria Lafora – Aquí mando yo


MADRID, 22 (OTR/PRESS)

Con el Parlament y el Govern de la Generalitat en rumbo de colisión con el Estado, el Partido Popular ha querido amarrar la presidencia del Tribunal Constitucional para demostrar que «aquí mando yo». El papel clave que el alto tribunal ha jugado, y le va a tocar hacer en los próximos meses, no se podía dejar al albur de posibles adelantos electorales o de que Pedro Sánchez recupere el poder en el PSOE y ponga patas arriba la, ya de por sí, inestable situación parlamentaria.
Porque una cosa es el reparto de candidatos (siempre que los conservadores mantengan la mayoría, por supuesto) y otra muy diferente el voto ponderado del presidente de la institución. Después que de que el Constitucional se haya convertido en el emblema de la batalla política de los partidos por controlar todos los poderes del Estado, de que las discrepancias por los nombres y las biografías de sus miembros hayan tenido bloqueados los nombramientos en numerosas ocasiones, parecía que el PP, sin mayoría, se avenía a negociar.
Fue un espejismo. Permitió que en el Senado el PSOE presentara y votara a sus dos candidatos y ellos a los otros dos. Nada más. A partir de ese momento se acabaron los pactos. El presidente del Tribunal eran palabras mayores. Propuso a Andrés Ollero a sabiendas de que sus largos años como diputado en las bancadas del PP le hacían inelegible. Aún así insistieron porque su ortodoxia sobre la unidad territorial les parecía un seguro frente a veleidades independentistas.
No se han salido con la suya pero el recién elegido, el magistrado Juan José González Rivas, que llegó al Constitucional desde el Supremo a instancias del PP, es también «uno de los nuestros». Si a eso se suma que la vicepresidenta, Encarnación Roca, elegida a propuesta del Parlament de Cataluña con los votos de la entonces CIU y el PSC, ha votado casi siempre con el sector conservador, ganan de calle.
Hasta ahora, y con el fin de salvaguardar formalmente la imagen de independencia del Constitucional, el vicepresidente era elegido en las filas del sector minoritario para compensar. Pero Encarnación Roca, pese a sus orígenes, rompe el equilibrio del reparto de fuerzas. Para manifestar su descontento, los progresistas se han abstenido sabiendo que daba igual lo que hicieran porque los siete votos de los afines al PP ya habían inclinado la balanza.
Precisamente ahora, más que nunca, es cuando el Tribunal Constitucional debe mostrar una imagen de pluralidad que preste no solo la legitimidad a sus sentencias si no también el respeto de todas las fuerzas políticas.
Dada la incapacidad del Gobierno de Mariano Rajoy y de la obcecación de «Junts pel si» para sentarse siquiera a negociar, el Constitucional debe ser el reflejo de la pluralidad que señalaron las urnas. Porque, si al final falla hasta el intento de que Puigdemont explique en el Senado su propuesta de referéndum de independencia y consienta en las preguntas del resto de la Cámara Alta, si además el Parlament de Cataluña, pese a las advertencias de los letrados, aprueba unos presupuestos donde se contempla el gasto de un referéndum ilegal, solo quedará, una vez más, el recurso al Constitucional.

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