No te va a gustar – Un país heterogéneo necesita soluciones heterogéneas


MADRID, 28 (OTR/PRESS)

Ya hemos comenzado a escuchar voces airadas contra los «privilegios económicos» que el Gobierno concede a Cataluña, a cuenta del plan de inversiones anunciado este martes con motivo de la visita de Rajoy a Barcelona. Ya sé que, pese a lo que se diga oficialmente, estas inversiones hasta el mítico año 2020 son superiores a las previstas en otras muchas autonomías. Pero me parece urgente empezar la reestructuración del Estado admitiendo que España es un país heterogéneo en su articulación territorial, una articulación que en sus comienzos, allá por 1977, se quiso uniforme y excesivamente homogénea.
Y ese fue, a mi juicio, el principal error de una reforma hacia la democracia tan afortunada por otros conceptos: no se llegó a un consenso suficiente para dar diferentes soluciones a la financiación territorial, considerando que la autonomía de mi querida Cantabria, por ejemplo, no puede equipararse automáticamente con la catalana, pongamos también por caso. Como la autonomía andaluza, con sus muchas peculiaridades, no se puede poner en el mismo saco que la gallega o la murciana, que también tienen las suyas.
Para que el país funcione como, a juicio incluso de los propios padres constitucionales que aún viven, sería deseable, hace falta no solo tocar «para mejor» algunos aspectos del Título VIII de la Constitución, sino llegar a un pacto de financiación territorial, que lleve a que el diálogo, además de multilateral cuando convenga, se convierta en bilateral, caso por caso, entre el Gobierno central y los diversos gobiernos autonómicos. A los que, además, hay que ofrecer mayor protagonismo fiscal -y eso no es la federalización que algunos propugnan como la mejor solución–, pero a los que hay que reclamar también nuevas sensibilidades en lo tocante a la solidaridad.
Me parece, por tanto, acertado el nuevo rumbo que, sobre este particular concreto, ha emprendido el Ejecutivo de Rajoy, que, no lo olvidemos, hace menos de dos años negaba el pan y la sal a las veintitrés peticiones que, en materia económica y de infraestructuras, trajo «a Madrid» el entonces president de la Generalitat, Artur Mas. Total, para, año y medio más tarde, admitir que no solo esas, sino otras veinte exigencias de los gobernantes catalanes, eran posibles, y lo único que resultaba inadmisible era la «número 45″, es decir, el referéndum. Ahora, tras el levantamiento del telón de acero económico», hay que hacerlo también con el político: bazas, haberlas, haylas. Si se quiere esgrimirlas, claro.
Que el Ejecutivo Rajoy ha cambiado de opinión -o, al menos, de estrategia: hay que hacer de la necesidad virtud…– parece incuestionable; confío en que sea el primer paso para que también cambien las actitudes, excesivamente irreflexivas e inflexibles, en la plaza de Sant Jaume. Ellos, los independentistas, saben que sus últimos fines son imposibles y no son compartidos al menos por la mitad de los catalanes. Así que, apelando a la misma máxima acerca de hacer virtud de la necesidad, en algún momento tendrán que comenzar a dialogar y una «lluvia» de cuatro mil doscientos millones es un primer (y buen) argumento para sentarse a la mesa de conversaciones. Claro que antes de que el diálogo «fructífero» comience, quizá tengan que pasar muchas cosas, entre ellas unas nuevas elecciones autonómicas y el consiguiente cambio de titular al frente de la Generalitat. Porque me temo que de la escasa capacidad política del actual poco se puede esperar.
Pretender que la «cuestión catalana» se va a arreglar inhabilitando parlamentarios autonómicos y nacionales, para no hablar ya de la amenaza pendiente sobre la cabeza de la presidenta del Parlament, es un tremendo error. Ya sé que hay que cumplir las leyes, y que la insubordinación es un elemento que destruye a los Estados. Pero se trata de mantener esa sabia «conllevanza» que Ortega predicaba, mezclando la firmeza de los tribunales -firmeza bien entendida, insisto- con la reforma legal precisa y con la generosidad del resto de los españoles para con unos catalanes que, quieran ellos o no, quieran los del «otro lado» o no, también son españoles, vaya si lo son.

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