Francisco Muro

Tiempo de fragilidad

Tiempo de fragilidad
Francisco Muro de Iscar. PD

Vivimos instalados en la fragilidad. Partidos, líderes, memoria, negocios, finanzas frágiles. Hasta la corrupción empieza a ser frágil cuando actúa la justicia, aunque sea tarde y de forma insuficiente porque no se repara el daño ni se devuelve lo robado. Somos una sociedad tan frágil como global, amenazada por muchos frentes, que vive instalada en la inmediatez y que no tiene proyectos de futuro. Nos conformamos con vivir el día a día, nos refugiamos en la apariencia, en lo que pretendemos ser, pero lo aparente se desnuda con facilidad y descubrimos que detrás sólo hay vacío. No es sólo la postverdad, es decir, el imperio de las mentiras empujado desde tribunas y espacios incontrolados, es la inconsistencia.

La política es la mayor prueba de fragilidad. Europa tiembla y tiene que inventarse un líder nuevo, frágil, Macron, que todavía no ha demostrado casi nada y que va a tener que enfrentarse con un país que no ha hecho, en décadas, ninguna de las reformas que exige una sociedad moderna. Su contrincante era alguien que apelaba a los sentimientos y no a la razón ni a la autoridad moral. Muy pocos líderes actuales la tienen y muy pocos respetan lo que son. Manuel Valls, hasta hace poco la esperanza del socialismo francés, acaba de abandonar sus filas con premeditación y alevosía y ha dado el penúltimo empujón al Partido Socialista para que se disuelva. Antes había tenido muchas ayudas por la incompetencia de los líderes del PS y su incapacidad -compartida por todo el socialismo europeo- de encontrar respuestas nuevas a tiempos nuevos. Si en España Sánchez gana a Díaz, y puede ganar, se acabó también el viejo PSOE y la política quedará sin un contrapeso fundamental, inclinándose hacia el extremo más pernicioso, menos moderno, más sectario. Pero si el socialismo sobrevive y no presenta ideas nuevas, dará igual Sánchez que Díaz.

Se ha perdido la «auctoritas» esa que, durante la transición elevó al poder a los que sabían y a los que querían y buscaban el consenso para alcanzar un proyecto compartido. Ahora gestiona el que manda, no el que sabe. La mayor parte de los políticos españoles se ha curtido en la escuela del partido y en la política de la obediencia al líder, no en la lucha de la empresa o de la sociedad. Sube el que obedece y es más servil, no el que lo merece. Los partidos dan con demasiada frecuencia el poder a personas incompetentes.

Jordi Pujol o Trump son ejemplos de los líderes que hemos creado o que toleramos. Nadie en Cataluña ha pedido disculpas por los desmanes revelados del jefe de todo ni ha propuesto quitarle al patrón del clan de los golfos apandadores el título de «molt honorable». Tampoco se ha puesto en marcha una comisión de investigación sobre sus desmanes y los de su mujer. Su historia no es una tragedia griega sino un vodevil o un autosacramental ateo. Lo de Trump será mucho peor que lo que es ahora. No puede ir a bien lo que se basa en la testosterona. Decía Omar Khayyam que «entre la fe y la incredulidad, un soplo. Entre la certeza y la duda, un soplo» -la fragilidad- pero añadía que «la vida misma está en ese soplo que pasa.

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