Rafael Torres – El turismo de los huevos de oro


MADRID, 31 (OTR/PRESS)

No conviene engañarse: la afluencia masiva, tan masiva, de turistas a España, podría cesar o aminorarse drásticamente en cualquier momento, cual ha sucedido en otros destinos que hasta hace unos pocos años competían con nosotros. Si eso sucediera, y es bien posible en un mundo enloquecido y gobernado por psicópatas, narcisistas y orates, encontraríamos un yermo económico, social y cultural donde hoy creemos ver una inmutable, invencible y descomunal granja de gallinas ponedoras de huevos de oro.
Ni los médicos o los camareros en Ibiza, ni los maestros eventuales en Cádiz o en Marbella, ni los vecinos tradicionales, verdaderos, reales, de Madrid, Barcelona, Málaga o Valencia, pueden ya, con sus magros ingresos, permitirse habitar viviendas dignas en esas ciudades, pues los Fondos de Inversión más o menos buitres y la codicia de los particulares les ha dejado sin ellas en beneficio del turismo, o, en los casos que nos ocupan, de la modalidad de éste que guarda relación con los alquileres.
Donde había niños, jubilados, dependientes de comercio, menestrales, universitarios y trabajadores de todas clases, esto es, en el centro de las ciudades y en sus inmediatos aledaños, hoy no hay sino un desconcertado trajín de maletas arrastradas, de desconocidos que no vienen a conocer gran cosa y de grupos tumultuosos que más pueden emparentarse con la chusma internacional que con la superior condición de los viajeros.
El turismo, como monocultivo económico tras el estallido de la burbuja inmobiliaria (que vuelve a inflarse, por cierto, a causa de él), nos ha proporcionado un balón de oxígeno en éstos años duros como, por lo demás, se lo proporcionó al franquismo de los 60/70 para su supervivencia en diferentes, pero no muy diferentes, circunstancias. Pero a cambio de ese mayor enriquecimiento de los ricos, de esas migajas en forma de empleo precario para los trabajadores, nos deja un país irreconocible no tanto en lo malo como en lo bueno, unos precios de lo necesario inasequibles para los nacionales, y, sobre todo, unas ciudades sin alma, esto es, sin pobladores, sin ciudadanos, sin vida, como espectrales parques temáticos llenos, casi exclusivamente, de tabernas.

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