EL Abanico – Irene Montero, parlamentaria de primera


MADRID, 15 (OTR/PRESS)

Cuando Irene Montero subió a la tribuna de oradores en el Congreso de los Diputados un murmullo recorrió la bancada popular. Pocos eran los que le auguraban una mañana gloriosa, como esas tardes que en Las Ventas ponen los pelos de punta y se premian con la oreja o el rabo, incluso con la vuelta al ruedo. Las sonrisas y los codazos duraron el tiempo que tardó la portavoz de Ahora Podemos en empezar a enumerar uno a uno los casos de corrupción que acosan al PP porque, les guste o no a sus señorías, eso es algo que está ahí, a la vista de todo el que quiera verlo.
El impacto fue tan brutal que se hizo el silencio y de las risas pasaron a las caras largas, a coger los móviles como su única tabla de salvación no fuera que algún fotógrafo meticuloso, de los muchos que estaban acreditados, les fueran a plasmar cuando la angustia, la rabia, de algunos de ellos empezaban a asomar a sus ojos, avergonzados como debieron sentirse ante el ataque inesperado de Irene Montero. A partir de ahí, tanto en la cámara como en los twits que enviaban algunos compañeros de profesión, hombres en su mayoría, los ataques a la portavoz de Podemos fueron subiendo de tono. Para unos, su mayor pecado era que hubiera ido con falda, para otros la extensión del discurso y, para la mayoría, su relación personal con Iglesias. Esto no añadía nada a su labor como diputada, pero había que zurrarle de lo lindo solo por haber tenido el atrevimiento de decirle a Rajoy y a España entera a la cara lo que la mayoría calla.
Nunca he hablado personalmente con Montero, entre otras razones porque hace años que no piso la moqueta del Congreso donde tan buenos ratos pasé cuando hacía información parlamentaria ahora que se cumplen cuarenta años de las primeras elecciones democráticas.
Tampoco conozco a la mayoría de sus compañeros de escaño, por más que sienta la lógica curiosidad por saber lo que piensan quienes en algún momento sustituirán a las actuales ministras o altos cargos. Es ley de vida, por eso no entiendo esa animadversión contra un grupo político con el que se podrá estar de acuerdo o no pero al que apoyan y votan cinco millones de ciudadanos, la mayoría jóvenes y algunos hijos de quienes hoy se sientan en esos bancos. Chicos y chicas suficientemente preparados, con trabajos precarios y sueldos miserables. Tan miserables que algunos empresarios les obligan a borrar de sus currícula los master o títulos que con tanto esfuerzo consiguieron.
Tengo que confesar que me gustó el debate de la moción de censura y, por supuesto, la oratoria de Rajoy -siempre incisivo e irónico-, incluso el choque de trenes entre Albert Rivera y Pablo Iglesias, y un poco menos el papelón de Adriana Lastra, Odón Elorza y todos aquellos que durante meses hicieron bandera del «no es no» a la investidura de Rajoy, hasta conseguir que el PSOE se partiera en dos. Pero así es la política. Lo que hoy es blanco mañana se convierte en negro y aquí no pasa nada, siempre y cuando se mantengan las formas, no el tono, que para eso están los parlamentos para que discutan los problemas de los ciudadanos con ardor, con pasión, porque eso significa que les interesa la vida, lo que ocurre en la calle, en los colegios, en los hospitales, en las universidades. Los tiempos cambian a velocidad de vértigo, tanto, que de pronto te encuentras con jóvenes como Irene Montero, Soraya Sáenz de Santamaría, Inés Arrimadas, todas dispuestas a romper los techos de cristal. Hace cuarenta años en el Congreso había 21 diputadas, hoy son 140. Conseguirlo es tarea de todos y, que se les respete, también.

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