Fernando Jáuregui – Pero ¿dónde estaba Juan Carlos?


MADRID, 28 (OTR/PRESS)

Pero ¿dónde estaba Juan Carlos, dónde el Rey emérito, que fue el gran protagonista de aquello que se conmemoraba con solemnidad inusual este miércoles en el Congreso de los Diputados? Pues estaba ausente. Así que el protagonismo mayor corrió por cuenta de su hijo, Felipe VI, que hizo un buen discurso en el que faltaron, a mi juicio, algunas alusiones al futuro y algo más de generoso espacio para el papel que su padre, Juan Carlos I, jugó en aquellos difíciles momentos, cuarenta años ya, en los que empezaba a consolidarse la transición a la democracia.
Estuve allí entonces, en junio de 1977, y me precio -he tenido suerte- de ser uno de la decena escasa de periodistas que siguen en el machito cuarenta años después, recorriendo los pasillos parlamentarios y hablando con las sucesivas generaciones de políticos (e informadores) que por la Casa han pasado y pasan. Y a fe mía que jamás había visto tanta emoción como esta vez. Emoción contenida en los rostros de algunos de los ochenta ex diputados que acudieron a recoger la medalla que les acredita como padres fundadores de la democracia, padres constituyentes, aunque no se les quiera dar ese título. Claro que tampoco se quiso la presencia del emérito, me dijeron que por motivos protocolarios que, lógicamente, no entendí.
Y debo admitir que me causó extrañeza -a todos los presentes- y un punto de irritación tan magna ausencia, que anulaba la de otros, como el ex presidente Zapatero o el ex presidente de la Cámara José Bono. Y más indignación aún me produjo la inexplicable actuación de algunos miembros de Podemos, que permanecieron sentados cuando sonó el himno nacional. Bien está no aplaudir el discurso del jefe del Estado, por más que en ocasiones como la de este miércoles podría considerarse este de hostilidad un gesto no muy bien educado: si no estás de acuerdo con las palabras del Rey -y era difícil no estarlo, en términos generales–, pues no aplaudes y en paz. Si tienes reticencias ante un acto conmemorativo de una gesta -gesta, sí- que empezó a colocar a España en la senda de los países europeos, pues hazlo saber en una rueda de prensa. Pero no respetar el himno o la bandera, que habrían de ser de todos, alegando quizá que son símbolos que provienen del franquismo, es algo que muestra tanta desinformación como culpar al «ministro de Franco» (nunca lo fue) Rodolfo Martín Villa de la muerte de unos trabajadores en Vitoria, allá por 1977, como consecuencia de una muy desafortunada actuación policial.
Para encarar el futuro hay que respetar el pasado en sus justos términos. Los rostros venerables de aquellos parlamentarios de 1977, de los que viven, que también me pareció que mostraban un cierto escándalo ante la actitud de Podemos, Esquerra y Bildu, eran todo un poema. Cierto: los tiempos han cambiado en estas cuatro décadas, faltaría más. Aplaudo el cambio y celebro que representantes de las tres formaciones citadas se integren en la vida parlamentaria, aunque les disguste formar parte del sistema. Lo que pasa es que preferiría que el cambio, los cambios, fuesen para mejor, no al revés. Y la normalidad siempre precisa de respeto, ya que no de acatamiento, a esos símbolos del Estado.
Por cierto, Juan Carlos I, con todas sus luces y sombras, era, es, uno de esos símbolo, que debería haber estado allí. Dicen -luego lo negarán– que se siente dolido por la exclusión; si así es, lo comprendo. Yo, aunque no soy nadie, excepto alguien que andaba por allí hace cuarenta años, también me encuentro algo dolido por la ausencia de un pedazo de nuestra Historia.

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