Fernando Jáuregui – Aparquemos el 155 y pensemos en otros artículos


MADRID, 7 (OTR/PRESS)

Claro que un encuentro entre Pedro Sánchez y Mariano Rajoy no es, pese a que es casi tan inhabitual, uno entre Putin y Trump, Dios nos pille confesados. Pero es, al fin, lo más que tenemos que llevarnos a la boca los sufridos cronistas políticos para especular acerca de en qué consistió realmente una «cumbre» entre el jefe del Gobierno y el que lo es, sin duda, de la oposición, al menos todavía. Porque ni uno, Rajoy que tiene alergia a los periodistas, ni otro, Sánchez, que piensa de ellos que contribuyeron a propiciar su desgracia, comparecieron ante los informadores, delegando en portavoces que ni asistieron a la reunión bilateral ni, en el caso de la portavoz parlamentaria Margarita Robles, pertenece formalmente siquiera al partido que encabeza el señor Sánchez.
Dijeron estos portavoces que, en efecto, se habló mucho de la crisis nacional, tan complicada, originada por los levantiscos independentistas catalanes, y me parece -son testimonios de terceros, lo admito- que ambos convienen en que la legalidad que Rajoy quiere echar encima a Puigdemont y compañía no va a bastar, por sí sola, para frenar la loca deriva del molt honorable president de la Generalitat ni la del vicepresident Oriol Junqueras, ni la de su círculo de tiza caucasiano, empeñados todos en ir al abismo y, si posible fuere, arrastrarnos a todos en su exhibición sansoniana, tan suicida. Y esos mismos portavoces insistieron en que ni Rajoy ni Sánchez, en sus 155 minutos de encuentro, pronunciaron este número, precisamente el 155. Que es el tan traído y llevado artículo de la Constitución que, en su enunciado, tan general, faculta al Ejecutivo central a hacer casi cualquier cosa -o ninguna, vaya usted a saber- para detener la marcha de una autonomía hacia la independencia.
Ignoro si de veras pasaron por alto la posible aplicación del 155, que es algo que ni Rajoy ni Sánchez quisieran hacer, obviamente: saben que acarrearía más males que bienes en una sociedad, la catalana, muy dispuesta al victimismo ante todo lo que venga «de Madrid». Máxime cuando, en lo que me pareció un arranque de inoportunidad, voces como la de la ministra de Defensa, en un acto castrense, se lanza a decir que las Fuerzas Amadas son el máximo garante de la unidad de la patria, cosa que es cierta, sin duda, pero que me parece que no conviene ir pregonando ahora por los altavoces, para favorecer el complejo de Companys que ya tiene un Puigdemont que, en verdad, a las figuras míticas del nacionalismo catalán, incluyendo a Maciá y a Tarredellas, no les llega ni a la suela del zapato. El problema es que él no lo sabe.
De lo que estoy casi seguro que no hablaron ambos es de soluciones alternativas, reales, concretas. De qué hay que ofrecer a ese sector de independentistas catalanes, dispuestos a hacer el máximo ruido posible -eso lo hace Puigdemont mejor que leyes para implementar el referéndum, criticadas hasta por los afines–, para «abrumarlos» con la generosidad y flexibilidad de las propuestas del Estado. Porque entiendo que está claro que «ellos» tienen que cumplir la ley; pero también está claro que, a base de recordar la necesidad de ese cumplimiento, de sugerir que los tribunales están ahí para velar por que la legalidad se cumpla y de repetir que el artículo 155 está para, en su caso, aplicarlo, lo más que haremos será aplazar unos meses, un par de años, el problema; pero de ninguna manera resolverlo para los próximos cuarenta años.
Yo, modestamente, sugeriría invocar menos el artículo 155 dichoso, que es un modelo de redacción perversa (o sea, mala, aunque a Felipe González le guste), y recordar algo más otros artículos de la Constitución, mucho más positivos. Por ejemplo, el 152.2, que prevé la celebración de un referéndum en aquella autonomía que deba votar un nuevo estatuto o una reforma importante del existente. Pues manos a la obra: mejórese el Estatut, que se puede hacer, háganse las reformas constitucionales precisas -a ver si Pedro Sánchez se lanza de una vez a concretar cuáles son las que él propone- y sométase el resultado a un referéndum entre los catalanes. Y a ver qué sale: a ver quién se atreve, ante la oscura perspectiva de una independencia quizá imposible y en todo caso traumática, a pregonar el «no» a un Estatut mejorado, en lo económico y en lo político, para disfrute de los catalanes, de todos los catalanes.
Puede que sea apenas una idea, cuya paternidad pertenece al «padre de la Constitución» que es uno de los que mejor conoce cómo se elaboró la ley fundamental, Miguel Herrero Rodríguez de Miñón. Una idea entre otras varias, acaso. Como introducir una disposición adicional en la Constitución, reconociendo la peculiaridad de Cataluña dentro del Estado, sugerencia también atribuible a Herrero y, creo, a otro «padre» constitucional, Miquel Roca. No cabe aquí discutir bondades y posibilidades de estas propuestas: pero, en una próxima «cumbre» entre Sánchez y Rajoy, ahora que parecen haber inaugurado una vía de entendimiento al menos de cara a la galería, quizá deberían empezar a barajarse soluciones como zanahorias, no solamente como palos. Me parece que del entendimiento pleno del presidente del Gobierno y del secretario general del PSOE se derivarían, y perdón por mezclar magnitudes y peras con manzanas, muchos más beneficios que de una «entente» entre dos personajes como, glub, Putin y Trump, pongamos las cosas en su sitio.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído