Fernando Jáuregui – Dossieres y otras incertidumbres


MADRID, 13 (OTR/PRESS)

Han comenzado, como uno modestamente vaticinó, a aparecer informes sobre una realidad existente y mucho tiempo callada: la corrupción oficial, vigente prácticamente hasta anteayer, en Cataluña, «al más alto nivel». Tienen dossieres la Fiscalía, la UCO, el CNI… En suma, sabe mucho el Gobierno central de la nación, que es, contra lo que a veces pudiera parecer, una nación sólida, bien estructurada y con unos servicios de información bastante coordinados. Y no es por molestar, pero tampoco hace falta ser un genio para estar seguro de que, en punto a «distraer» dineros públicos y privados en beneficio de bolsillos vip»s, la vida oficial catalana no ha tenido parangón: la de novelas que podrían escribirse sobre escuchas ilegales, seguimientos, furgonetas que entraban repletas de billetes -como suena- a Andorra, tresporcientos (y bastante más) y un largo etcétera.
Súmese a eso el incumplimiento sistemático de la legalidad democrática, la mofa y befa del estado de derecho y de la seguridad jurídica, de la separación de poderes y las trabas a la verdadera libertad de expresión y se tendrá un «libro blanco», más bien negro, sobre la realidad catalana. Ese «libro negro» lo tiene, por supuesto, Mariano Rajoy sobre su mesa, como tenía aquel «informe Pujol» que «alguien» convenció al entonces todavía molt honorable para que lo hiciese público, desencadenándose la que se desencadenó. Insuficiente en todo caso, por lo visto, para hacer reflexionar a la «mayoría silenciosa», tenazmente silenciosa, en torno a la gran pregunta: ¿qué más latrocinios, desmanes jurídicos, mediáticos, sociales, tienen que ocurrir para que empiece a reaccionar el catalán medio, el de la calle, el que está atemorizado ante el futuro de su puesto de trabajo en un país dirigido por la CUP -no se engañe usted: Puigdemont nada tiene que ver con aquella Convergencia Democrática de Catalunya, hoy PDeCat, y sí mucho con esa CUP temible–?

¿Qué tiene que ocurrir para que Podemos y sus diversas terminales y fracciones, de los que tanto depende en estos momentos, unifique criterios, abandone ambigüedades y se posicione de una vez contra el referéndum secesionista, como quieren sus dirigentes en Madrid? ¿Quién será capaz de explicarle a Pablo Iglesias que no se puede ganar a la vez en Gerona y en Punta Umbría, por poner un ejemplo entre ocho mil otros posibles? ¿Cómo gritar que un líder político es el que habla con claridad a sus seguidores y votantes, no como hace Ada Colau, nada menos que alcaldesa de Barcelona, ante la consulta separatista? ¿Cómo puede el contribuyente alzar su voz y decir a un funcionario público como el mayor de los mossos, Josep Lluis Trapero, que tiene que manifestar en voz alta y clara su lealtad a la legalidad vigente, que nada tiene que ver con los sediciosos que controlan la Generalitat? ¿Cuántos clientes del resto de España tienen que desertar de ciertas empresas catalanas para que estas se posicionen de una vez? ¿Hasta cuándo van a esperar algunos líderes mundiales para hundir de una vez la mentira oficial de que el orbe apoya la separación de Cataluña del resto de España?

No, no es el momento de ambigüedades. Ni, posiblemente, de guardar dossieres en los cajones, no vaya a ser que «ellos» saquen otros papeles comprometedores. Tampoco es el momento de los inmovilismos, del ya escampará, del esperemos a ver qué ocurre dentro de dos semanas y después ya actuaremos en un sentido u otro.
Todos, quizá, tenemos algo de culpa de que las cosas hayan llegado hasta aquí, pero yo no puedo culpar directamente sino a los irresponsables que hoy se han instalado en la Generalitat, esos burgueses capaces de pactar lo impactable con los más radicalmente antisistema, lo peor de Europa.
Y a nosotros, a los que tenemos en nuestras manos las herramientas de la comunicación, nos ha llegado el momento de no perdernos en las bellas metáforas ni en las disquisiciones históricas, nos es llegado el momento de la indignación, de respaldar, aunque poco nos guste, al Gobierno central, que ahí está aupado por los votos de muchos españoles -sí, también de catalanes, aunque no sean muchos–.
Estuve en la sesión de control parlamentario al Ejecutivo este miércoles: creo que tanto el presidente Rajoy como la portavoz socialista, Margarita Robles, y el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, tuvieron, por fin, el comportamiento que yo al menos esperaba de ellos: es la hora de la unidad. De Podemos solo puedo decir que ha de actuar pensando en el 1 de octubre, no en los réditos que pueda obtener de una quiebra del «statu quo» político a partir de esa fecha. Y cierto es que algún representante de Esquerra también se comportó como era de esperar, allá él. Se ha abierto una brecha que aún puede cerrarse. ¿Sabrán, sabremos todos, cerrarla? Pues quedan dieciséis días para encontrar la fórmula no tan mágica, que, desde luego, no reside en la aplicación del artículo 155 de la Constitución, ni nada parecido. No hagan caso a los halcones, ni a los tambores de guerra, ni tampoco a los que dicen que todo va bien, que no hace falta que nada cambie. Ni, claro, a los que dicen -que los hay- «pues que se vayan». No: yo quiero que se queden, no a cualquier precio, pero que se queden. Y vamos a vencer los que queremos una España unida de manera justa y equilibrada. Ya lo verán; entre otras razones, porque lo que no puede ser no puede ser, en este caso la independencia, y además es imposible.

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