Fernando Jáuregui – La «banda de los cuatro», versión catalana


MADRID, 15 (OTR/PRESS)

La «banda de los cuatro» es el nombre que recibió un grupo de altos dirigentes del Partido Comunista Chino que, tras la muerte de Mao, fueron expulsados del PCCH, y duramente reprimidos, tras ser declarados culpables de crímenes y abusos cometidos durante la Revolución Cultural. Estas condenas, que incluyeron le pena de muerte, luego conmutada, a la propia viuda de Mao -parece que se suicidó tras ser puesta en libertad–, evidenciaron al mundo los peligros de enfrentarse al poder del Estado: los «cuatro» representaron, en vida del máximo dirigente de la revolución china, el abuso del poder en beneficio de la «camarilla» que rodeaba al líder. Creyeron, cuando este falleció, que podrían seguir con sus manejos; lo pagaron caro.
Que no digo yo, que conste, que los cuatro firmantes de la «carta abierta» al Rey y a Rajoy pidiéndoles pactar «sin condiciones», el referéndum separatista, sean el equivalente a aquella «banda de los cuatro» cuya liquidación comenzó hace cuarenta años. Puede que Puigdemont, Junqueras, Forcadell y, sorpresa, ¡Ada Colau! crean que están haciendo la revolución (desde luego, poco tiene, en todo caso, de cultural). Puede que las semejanzas con el caso chino se limiten a que desconocen el poder del Estado y, sobre todo, de un mundo que no está dispuesto a admitir aventuras territoriales, excepción hecha en este caso, claro, de Julian Assange, Marine Le Pen y puede –¿quién podría demostrarlo?- que también de Putin, interesado siempre en todo lo que pueda debilitar a Europa. Creo que un último paralelismo se mostrará en que el final de la banda será malo, y naturalmente me refiero al final político, que no a otras cosas impensables en una democracia. Desde luego, aventuro una noche de malas digestiones para Puigdemont entre el 1 y el 2 de octubre.
Lo cierto es que la versión catalana de la «banda de los cuatro» ha demostrado, con este mensaje público, a quince días del ya inevitable «choque de trenes», que se encuentra en una situación de debilidad; para mí, que les encantaría volver grupas, pero ahora ya no pueden. En su ceguera política, creen que el Estado puede picar el anzuelo de decir, a estas alturas, que, de acuerdo, vamos a negociar términos y condiciones… que, de entrada, en su «carta», ellos advierten que no van a tolerar. ¿Para qué, entonces, esta misiva lanzada, vaya por Dios, desde el Financial Times, como si el veterano FT significase que alguien reconoce internacionalmente este «procés»? Pues para mantener encendidas las calderas. Más madera: la batalla contra un Estado potente, que está dando muestras de prudencia y paciencia que me resultan loables, les está saliendo mal. España tiene buenos servicios de información, un poder judicial independiente al que las aventuras extralegales le gustan poco, fuerzas de seguridad prudentes y disciplinadas y ahora tiene a los representantes de veinte millones de votantes, bastantes de ellos catalanes, compartiendo el rechazo a los aventureros, que demuestran estar cada día más solos.
Cualquier experto en comunicación hubiese podido decir a aquella «banda de los cuatro» que sobre la injusticia, el abuso y la mentira no se pueden fabricar revoluciones. Y que nunca es bueno pregonar, como ellos lo hicieron, que no tienen por dónde salir. Que, sin una base sociológica sólida, sin apoyos exteriores, sin, en suma, la razón, la revolución está destinada al fracaso. Temo que algo parecido podría decirse de esta nueva «banda a la catalana». Escribió Marx que la Historia siempre se repite dos veces: la primera, como tragedia; la segunda, como farsa. Ya les ocurrió en 1934 la tragedia. Ahora, llega el momento de la farsa.

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