Más que palabras – Niñas putas


MADRID, 26 (OTR/PRESS)

Vaya por delante que siempre he creído que el juez de menores de Granada, Emilio Calatayud, es un profesional estupendo que suele dar en el clavo con el tipo de condenas que han de cumplir los jóvenes para que la justicia cumpla con su fin último de rehabilitación y habla sin pelos en la lengua, lo que en el ámbito judicial es muy de agradecer. Hace unos días ha conseguido incendiar las redes al afirmar durante una entrevista de televisión que «Las niñas actualmente se hacen fotos como putas». Ni comparto la expresión ni creo que ese tipo de afirmaciones ayuden en nada para crear una sociedad menos machista y que camine hacia la igualdad más bien al contrario.
Poco después, cuando se desató la polémica, el juez justificó esas palabras en su blog afirmando que también hay niños que hacen lo mismo y que «con ese lenguaje duro, lo admito, quiero llamar la atención sobre una realidad que está ahí y que veo a diario en mi juzgado. Busco provocar una reacción en los padres para que protejan a los menores de sí mismos. Después de las fotos pueden venir los acosos, los abusos y las violaciones. Y de hecho pasa con más frecuencia de la que nos imaginamos». Aún aceptando la explicación/¿rectificación? y compartiendo con el juez que tal vez si hubiera dicho que «hay niñas que se fotografían con posturas subidas de tono», ni los padres ni nadie habrían reaccionado, no creo que la palabra «puta» sea solo una forma de llamar la atención, sino una manera de ahondar en una machismo que el juez, según dice, quiere combatir.
No es la primera vez que oímos en el ámbito judicial esa expresión y seguramente no será la última y su utilización siempre termina por ocultar el asunto que se juzga. Tirando de mi propia hemeroteca me he encontrado con el juicio del «asalto» a la capilla de la Universidad Complutense de Madrid en el que participó Rita Maestre. Critiqué duramente esos hechos entre otras cosas porque defiendo la libertad de culto y no entiendo las ofensas gratuitas, que sirven de excusa para que algunos saquen a la luz sus más bajos instintos de odio y revanchismo. Sin embargo con el escrito de la fiscal del caso, Marisa Morando, hubo mucha polémica porque aseguraba que «es obvio que las señoritas están en su derecho de alardear de ser putas, libres, bolleras o lo que quieran ser», pero no en un «espacio sagrado para los católicos» ya que ello «implica un ánimo evidente de ofender». Entonces dije que era absolutamente innecesario que la fiscal utilizara esos términos en una resolución, aunque las autoras del asalto al templo utilizaran esas mismas palabras, en el manifiesto que leyeron en la capilla cuando un grupo de estudiantes estaban rezando.
Desgraciadamente no es la primera vez ni será la última que se nos ofende a las mujeres en resoluciones o sentencias que son un reflejo de que la igualdad, para algunos que visten toga, es todavía una entelequia y el machismo está lejos de erradicarse.
Si de muestra vale un botón estos son solo algunos ejemplos, bochornosos, sobre sentencias absolutamente escandalosas:

Caso 1: Calificar de «zorra» a tu esposa no constituye menosprecio o insulto, si quien utiliza este término lo hace «para describir a un animal que debe actuar con especial precaución». Así lo afirmó la Audiencia Provincial de Murcia en una sentencia en octubre de 2011, que revocó la condena de un año de cárcel a un hombre por un delito de amenazas en el ámbito familiar al considerar probado que, a través de llamadas telefónicas, dijo a su mujer que quería verla «en el cementerio en una caja de pino». El escrito fue redactado por el juez Juan del Olmo.
Caso 2: El Tribunal Supremo confirmó en 1990 la sentencia dictada por la Audiencia de Lérida en la que se aseguraba que M.J.L, de 17 años, «pudo provocar al empresario J.F.B por su vestimenta». Los hechos ocurrieron años antes cuando, a punto de terminar el contrato laboral de la joven, su jefe le prometió prorrogárselo si mantenía relaciones sexuales con él. En el momento de la proposición, J.F.B. se acercó a ella y le tocó los pechos y el culo por encima de la ropa. En la sentencia el empresario fue condenado a una multa de 40.000 pesetas por un delito de «abusos deshonestos». «Aun cuando ciertamente ésta con su específico vestido, en cierta forma y acaso inocentemente, provocó este tipo de reacción en su empresario, que no pudo contenerse en su presencia», argumentó el Supremo.
Caso 3: En 2004, el titular del Juzgado de lo Penal número 22 de Barcelona absolvió a un hombre acusado de agredir a su mujer al considerar que no existía pruebas de que se produjeran malos tratos. En el escrito, reforzó su decisión con valoraciones sobre su aspecto físico y su indumentaria durante los tres días que duró el juicio que, en su opinión, no corresponden con el síndrome de la mujer maltratada. «No sólo iba arreglada, sino vestía cada día diferente, a la moda, con anillos y pulseras y curiosos pendientes, gafas de tamaño grande», dice la sentencia.
Esto, en opinión del juez, «demuestra una capacidad para adaptarse al exterior que no coincide con el de perfil de la una mujer que ha pasado seis meses sometida a agresiones». Meses después, la Audiencia de Barcelona confirmó esta sentencia y el acusado quedó en libertad.
Caso 4: «¿Cerró bien las piernas para evitar ser violada?» Esta es fue la pregunta que la magistrada del juzgado de violencia de género de Vitoria, María del Carmen Molina Mansilla, hizo a una mujer durante mientras presentaba una denuncia de maltrato y abusos sexuales el pasado mes de marzo.
En todos estos casos sobran las palabras. Siempre decimos que una justicia lenta no es justicia y una que se excede… aunque sea verbalmente, tampoco lo es.
Esta vez el juez Calatayud ha conseguido que no hablemos del problema sino sólo de su expresión burda y soez. Puta no es la palabra, señor.

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