La sociedad ha interiorizado que existen los lobbies, esos grupos de poder, no en la sombra sino a plena luz, cuyo fin es presionar. Por poner un ejemplo, en el Parlamento Europeo, los lobistas se mueven como pez en el agua presionando, sobornando y comprando bienes tan preciados como intangibles: los votos de los políticos para conseguir leyes favorables a los intereses que representan. Es así como salen adelante iniciativas y proposiciones contra los intereses de la humanidad o se rechazan otras que van contra el capitalismo salvaje de algunos imperios económicos. La moratoria del glifosato –el peligroso herbicida de Monsanto, dañino no solo para los humanos, sino para el planeta en general— fue uno de esos arreglos criminales entre bandas. Algunos grupos políticos más puristas –por lo menos en esto—cuelgan carteles en las puertas de sus despachos disuadiendo a los lobistas. Esto es una excepción, pues es vox pópuli que los políticos están entregados a las multinacionales que son las que, en fin de cuentas, financian sus campañas, amén de la aportación de otros beneficios menos confesables. Conviene tener presente que un político no es un ser libre. Desde el momento en que es iniciado en la secta –léase partido—las reglas del juego las marcan otros, sobre los que mandan otros, y así varios pisos hacia arriba acabando en Bilderberg, que no es el grupo más poderoso del mundo, como suelo oír por ahí, sino una de las pantallas de los que, tras bambalinas, mueven los hilos.
En este artículo quiero dar unas pinceladas sobre el “lobby musulmán en Europa”, del que no se habla, y ya es hora. Porque mucho hablar del lobby financiero, del lobby gay, del lobby feminista, del lobby ecologista, pero silencio absoluto sobre el lobby musulmán, que cuenta con el imprescindible apoyo de asociaciones, fundaciones, ONG y medios de comunicación financiados por el magnate y amoral George Soros y la millonada de Arabia Saudita. Como si no existiera o no nos importara. Sin embargo, es mucho más peligroso que cualquiera de los otros, porque está poniendo en peligro –lo ha puesto ya— nuestra identidad, nuestra cultura, nuestras tradiciones y nuestro futuro.
No hace falta que diga que estas palabras no se deben a un brote de xenofobia. No es así, y ya está bien de justificarse en nuestra propia casa. Sobre el tema musulmán, los periodistas tenemos mucha culpa, por haber tragado las consignas que los magnates de la prensa mundial –apoyo necesario para los planes de inmigración masiva planificados, que se están llevando a cabo— han impuesto, como norma sagrada laicista. Basta ya de tener que omitir la raza o la nacionalidad de los criminales y delincuentes que cometen delitos de violación, asesinato, robo o terrorismo. La esencia del debate no está en si son necesarios los inmigrantes o no, sino en decir NO Y CON FIRMEZA a los ilegales, en evitar los efectos llamada, en deportar a los que han cometido delitos, en NO premiarlos con una sanidad pública sobresaturada y en NO dispendiar miles de millones procedentes de los impuestos de la clase media trabajadora para mantener familias enteras, en virtud de llamada la agrupación familiar. Los alemanes, los holandeses, los ingleses y los del resto de Europa incluidos los españoles parece que nos hemos caído del guindo al enterarnos de que, en muchas naciones, la natalidad está por debajo del nivel de reemplazo y que los nombres más comunes son Mohamed y Omar; que las iglesias y monasterios se cierran o se dedican a actividades civiles y las mezquitas proliferan por doquier, para mantener viva la fe, no vaya a ser que los muyahidines se conviertan al catolicismo y dejen de conspirar contra el infiel. Cuando analizo esto no puedo dejar de pensar en Don Pelayo, sí, con todo lo que la Reconquista pueda tener de mítico, y en los reyes cristianos europeos que fueron conquistando para la Cruz los territorios de la Media Luna. Recordemos que durante ocho siglos la tierra de España se abonó con sangre humana. No queda más remedio recordar también las palabras de Ben Bella, líder de la independencia de Argelia, dichas en 1966, en plena época del triunfo de la minifalda y los Beatles: “Conquistaremos Europa con los vientres de nuestras mujeres”. Bastante mejor profeta que Nostradamus.
Pero además, la invasión se está produciendo no de manera tan silenciosa como nos parecía, ni tan pacífica como nos quieren hacer ver, sino violentamente, atentando, en primer lugar, contra nuestro país al no aceptar nuestras normas y costumbres, nuestra religión, a la que la gran mayoría de la población pertenece por bautismo, creencia o tradición; al no respetar nuestras leyes y al sentir un total desinterés por integrarse en la nación que les permite tener un suelo y un techo.
Y por si no fuera suficiente, una buena parte de los delitos de la llamada “violencia machista” vienen de la mano de estos musulmanes que siguen al pie de la letra las leyes coránicas, y, para ellas, la mujer es un ser inferior equiparable a una bestia, cuya función es, mientras es joven, parir hijos para el ejército de Alá y satisfacer la rijosidad de su amo y señor.
Para esta gente, el “allí donde fueres haz como vieres” es poco menos que chino, y ni caso. Aquí montan sus guetos, ponen en práctica su sharia, construyen sus mezquitas, exigen su clase de Islam, sus menús, su tarjeta sanitaria, arremeten contra los villancicos y el belén, y establecen el rezo coránico antes de los plenos, en los municipios donde consiguen llegar a la Alcaldía. Es de vergüenza. Todo ello se lo debemos a nuestros políticos corruptos y malvados, los Zapateros, las Colaus, las Carmenas, las Orzas, los Iglesias, los Errejones, los Sánchez y demás tropa. Son más malos que Barrabás. Odian a España. ¡Y aún hay demagogos que se atreven a decir, cínicamente y sin ruborizarse, que los españoles también fuimos emigrantes! ¡Qué dejen ya de manipular!
Preparémonos para lo que viene, porque Sánchez acaba de vender lo poco que nos quedaba. El pacto de la inmigración de Marrakech es desastroso para nuestro futuro. De entrada, hay que soltar un montón de millones de nuestras arcas, para hacer frente a la invasión. No sé de dónde piensa sacarlos. A lo mejor se los presta su suegro, Sabiniano Gómez, que se hizo rico de manera fácil, con la prostitución gay. En enero se retirarán las cuchillas de las vallas de Ceuta y Melilla, como señal de bienvenida a cuantos quieran entrar. ¡Qué buenos son estos socialistas-podemitas! Si es que van a ir al cielo de cabeza.
Y, por si no fuera suficiente, hace meses nos enteramos de las muertes de mujeres de los países nórdicos a mano de inmigrantes y refugiados –hechos silenciados por la prensa—, y también de las violaciones continuas de estos cafres sin civilizar. Para que veamos a donde nos conduce todo esto, en Alemania, un juez exoneró a un violador musulmán porque el susodicho “no entendía culturalmente que en Europa la violación es un crimen”, y añade el juez en su auto –cubriéndose de gloria, aunque ya sabemos cómo se las gastan los descendientes de los nazis—que “en la mentalidad del círculo cultural turco (más del 95 % de Turquía es musulmán), tomar por la fuerza a una hereje no es un delito, ni una violación, sino simplemente un acto de sexo salvaje”. Como suena. Los periodistas han pedido perdón por haberse ceñido a lo políticamente correcto y haber omitido tanto los datos de estos delincuentes como las sentencias de esta guisa. En España, también están ocurriendo casos de violaciones por parte de chicos musulmanes menores. ¡Pero no pasa nada! Entran, declaran y se van. Y a seguir violando. Cuidado con las niñas y adolescentes, porque se está filtrando que es bastante frecuente la violación en manada. Y las feminazis hembristas, chitón, calladitas.
Pero esto no es todo. Aunque yo no quiero acabar de creerlo porque es un disparate mayúsculo que atenta contra todas las leyes y constituciones europeas, parece que se está llegando a una especie de consenso tácito entre los jueces para que los criminales musulmanes tengan un trato jurídico diferente –ya lo tienen, de facto—, y lo que acabamos de exponer sobre los casos alemanes puede sentar jurisprudencia. Como en esa subcultura la violación de mujeres herejes no solo no es delito, sino el cumplimiento de una obligación impuesta en su libro sagrado, pues a cumplir. Si el Corán lo manda, a violar se ha dicho.
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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI
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