Rafael López Charques: «Penitencia postelectoral»

Rafael López Charques: "Penitencia postelectoral"

Pasadas las elecciones, seguro que muchos españoles están en un período de penitencia, inmersos en el dolor, al tiempo que arrepentidos, por algo que ha resultado una mala acción, que no debían de haber hecho.

Nos referimos a haber votado a quien han votado.

Sabemos que la democracia es el gobierno de los ciudadanos directamente, por si mimos, o indirectamente, a través de sus representantes, de acuerdo con unas normas establecidas por todos de antemano.

Evidentemente en las sociedades actuales, dado el número de sus componentes, sería imposible el gobierno cotidiano directo de los ciudadanos. Tan solo se acude a esta forma, el referéndum, en contadas ocasiones, para temas muy puntuales y básicos para la convivencia.

El gobierno cotidiano lo ejercen nuestros representantes, a los que elegimos cada determinado tiempo. Esas personas son ciudadanos afiliados o arrimados puntualmente a algún partido político, que son los entes que nos presentan un programa de gobierno, en el constan su propuestas, es decir, lo que se comprometen a hacer si gobiernan y también, con frecuencia, lo que nunca admitirán. La gente, a la vista de los programas, vota lo que cree más conveniente, ya sea para el conjunto del país, o para ellos mismos en particular, que aunque esto último sea una posición egoísta, es lícita.

Lógicamente todos esperamos que, llegado el momento, los partidos mantengan su palabra y si alcanzar el poder, lo ejerzan de acuerdo con lo prometido.
Hasta aquí todo muy racional, pero esto es solo la teoría. La realidad nos evidencia, cada vez con más frecuencia, que “las palabras se las lleva el viento” y que “del dicho al hecho hay un trecho”.

Ello nos lleva a lo que comentábamos al principio, a la penitencia postelectoral, a arrepentirnos de a quienes hemos dado nuestro voto. Lo que es peor y puede ser muy grave, puede llevarnos a pensar que la democracia, tal como se desarrolla en la práctica, no es más que un tinglado montado por los partidos políticos para tener contento al pueblo, engañándolo, haciéndole creer que cuenta para algo, cuando lo único que persiguen ellos es conseguir lo que les conviene particularmente como instituciones.

Efectivamente. Las noticias que llevan saliendo estos días en los medios de comunicación, desconciertan a muchas personas. ¿Por qué? Sencillamente porque la impresión que sacamos, esperemos que equivocadamente, es que lo único importante es gobernar. El precio es lo de menos . Da igual con quien, a lo que se renuncia, en que se cede, que se da a cambio, etc.

Estamos de acuerdo en que gobernar implica, salvo en el caso de mayorías absolutas, lograr previamente acuerdos, consensos, colaboraciones, etc. Ahora bien, estos últimos no podemos hacerlos contra natura, pues estaríamos traicionando a las personas que nos dieron los votos.

Si contemplamos el panorama de la formación de gobiernos en las distintas administraciones, nos quedamos perplejos. Los mismos que en un lugar están enfrentados a muerte, en otro colaboran amigablemente. Entendemos que la filosofía de un partido es única, aún admitiendo algunas peculiaridades locales. Entonces, ¿cómo es posible lo anterior?

Dado lo evidente, que solo importa tener el poder, no nos extrañe que mucha gente se desengañe del sistema, lo que indudablemente, no es bueno.
El poder por el poder es nefasto, el pensador estadounidense Edward Abbey dijo hace ya muchos años “El poder es siempre peligroso. El poder atrae a los peores y corrompe a los mejores”

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