A la Bayer le salen muy baratos los muertos de Monsanto

Han pasado muchos años desde que en 1901 el farmacéutico John Francis Queeny, caballero de la Orden de Malta y casado con Olga Méndez Monsanto, creara la compañía, con financiación de Coca-Cola, con el fin de fabricar sacarina química para elaborar sus refrescos. Por esos años ya se conocían los perjuicios del edulcorante. Tanto, que el gobierno de Estados Unidos llevó a Monsanto a los tribunales, pero estos fallaron a favor de la empresa. Ese fue el comienzo del manto de impunidad que ha protegido a la firma, pues a esta victoria habrían de sumarse muchas otras. En contra de lo que se cree, hasta hace muy poco, Monsanto ganaba siempre en los altos tribunales. Su modus operandi la ha hecho acreedora de ser considerada la compañía más malvada del mundo. Algunos la denominan Monsatan. No hay industria mortal en la que no haya estado involucrada.

En el 2018, arrastrando muchas demandas y una mala fama conseguida a pulso, se produce la fusión con Bayer, o más bien la compra por parte de la alemana. Más de cincuenta mil millones de euros por sus industrias de transgénicos y agroquímicos, un paquete doblemente envenenado: sus productos nocivos para la salud humana y devastadores para el medio ambiente por un lado, y la ponzoña de una pésima imagen a nivel mundial por otro. La firma alemana no quiere verse salpicada por las malas prácticas de la americana e intenta tapar el sol con un dedo haciendo que el nombre Monsanto sea borrado de la faz de la tierra y en el nombre solo aparezca Bayer. El mismo perro con distinto collar, porque las muertes por cáncer asociadas a los productos de Monsanto ahí están y aumentan con el tiempo. ¿Qué ocurrirá con las próximas demandas contra la multinacional americana absorbida por la alemana? ¿Se va a poder seguir demandando a Monsanto aunque ya no exista? ¿Hasta dónde asume Bayer las responsabilidades? Deberíamos conocer la letra pequeña del acuerdo.

En cuanto a ética y buena praxis, es justo decir que Bayer tampoco es que sea un ejemplo. Sin ir más lejos, en España hay un asunto muy turbio sin resolver, relacionado con el síndrome tóxico, aquella famosa neumonía atípica del año 1981, gobernando la UCD. El producto sistémico Nemacur 10, de Bayer, según los investigadores, fue el causante de las muertes. El doctor Muro, del entonces Hospital de Rey, unas horas después del ingreso de los primeros afectados ya sabía que se trataba de una intoxicación por organofosforados. A partir de ahí, se monta toda una trama, merecedora de una buena película, que ahí dejo para investigadores y curiosos. Andreas Faber-Kaiser publicó una interesante investigación en un libro que tituló “Pacto de silencio”. Él sostenía que había sido una experiencia de guerra química y que nada tenían que ver las anilinas del aceite de colza adulterado. Prometió públicamente que nunca dejaría de denunciar este hecho, que siempre sería una mosca cojonera de las autoridades hasta que se investigase oficialmente y se llegara al fondo de la verdad. Un tiempo después, Faber-Kaiser tuvo una extraña muerte. A Oneto, sacar la noticia en portada aludiendo a la empresa alemana le costó su salida de Cambio 16. Es otro de nuestros secretos de Estado.

Ahora Bayer tiene que pagar las indemnizaciones de Monsanto: 8.000 millones de dólares, una nadería. ¿A cuánto toca cada muerte? ¿A cuánto cada vida destrozada? Pero los Bayer, Monsanto y demás emporios de la industria agroquímica y farmacéutica –primero te causan el cáncer y luego te dan la quimio— no llegarían tan lejos en la implantación de sus productos nocivos sin la corrupción de políticos, jueces, fiscales, funcionarios y profesionales de la salud. La estrategia es tener a alguien clave en el sitio clave, y sin su colaboración necesaria no serían posibles todas las trapisondas de estos emporios.

Como ejemplo, hace un año se votó en el parlamento europeo a favor de una moratoria en el uso del glifosato, principio activo del herbicida Roundup que Monsanto sacó al mercado en 1995, para proteger sus semillas transgénicas inmunes a él –que ahora se comercializa como genérico—, aunque devastando todo lo demás. Se votó a favor a pesar de todos los estudios que relacionan el glifosato con el cáncer y de todas las demandas pendientes. ¡Y son nuestros políticos, a los que se les llena la boca hablando del servicio al ciudadano! Los lobbies de las compañías tienen mucho que ver en esto y, curiosamente, se mueven por el parlamento europeo como Pedro por su casa y tienen los despachos casi puerta con puerta.

Monsanto fue denunciado por otros productos en centenares de ocasiones, pero siempre consiguió triquiñuelas para salir venturoso. En un próximo artículo enumeraré algunos de los negocios sucios como el del aspartamo y la Hormona Recombinante de Crecimiento Bovino (rBGH) –un horror—, producida a partir de cepas modificadas genéticamente de la peligrosa bacteria intestinal E. coli. Un proyecto que saca adelante con la oposición de los científicos de la FDA. Una monstruosidad monumental, que representa muchos peligros, a pesar de que tanto Monsanto como la FDA declaran que la leche con antibióticos y hormonas es segura y saludable.

Este es el paquete envenenado de Monsanto que ahora Bayer tiene que blanquear para hacernos creer que lo negro es blanco. Siempre he considerado que Monsanto es uno de los grandes enemigos de la humanidad.

 

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI

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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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