El efecto invernadero, las lluvias ácidas y el agujero de la capa de ozono se acuñaron como los objetivos del nuevo sacramento del clima

Operación cambio climático (VII). Las Cumbres de la Tierra y su uso por la cúpula del gran poder

Operación cambio climático (VII). Las Cumbres de la Tierra y su uso por la cúpula del gran poder

En 1972, la ONU organiza en Estocolmo la Cumbre de la Tierra, en la que participan 114 países, pero solo asisten dos jefes de Estado, Olof Palme, primer ministro de Suecia, e Indira Gandhi, primera ministra de la India, dos opositores a la política estadounidense [1].

Los dos mandatarios se mostraron en contra de los postulados de la Fundación Rockefeller, que establece que no hay recursos suficientes para que todos los habitantes del planeta tengan acceso a ellos. Muy al contrario, los dos disidentes, seguidos de un buen número de voces a su favor, sostenían que si los recursos naturales no llegan a todos es porque el modelo occidental es inadecuado y hay que cambiarlo. Se desprende que son los ricos los que están poniendo en peligro el planeta y no los pobres. Se crea a partir de ahí el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), y se dan cita para dentro de diez años.

Un informe encargado por Henry Kissinger dice: “No sabemos si el desarrollo técnico permitirá alimentar a 8.000 millones de personas, y mucho menos a 12.000 millones en el siglo 21”. Es así como Estados Unidos decide condicionar la ayuda destinada al desarrollo económico de los países subdesarrollados a los planes de control de la natalidad, de la mano, claro está, de los políticos y de las feministas de género y lobbys adláteres, a las que también se les financia y se les da relevancia y representatividad en las universidades y en la política. Conviene incidir en esto para dejar claro que las cosas tienen segundas y terceras lecturas una vez que se descorre el velo. Nada ha ocurrido al azar.

Entre los ochenta y los noventa asistimos a un nuevo cambio excelentemente diseñado. Había que limpiar la imagen de las transnacionales que contaminaban y agotaban los recursos del planeta, siempre en favor del capitalismo salvaje, tal era su discurso. Para Jessica Mathews, exadjunta de Zbignew Brzezinski en el Consejo de Seguridad Nacional y administradora de la Fundación Rockefeller “el capitalismo y las transnacionales no son los responsables del deterioro del medio ambiente, sino que, por el contrario, los grandes consorcios y el mercado son la solución del problema”.

Había que dotar a la clase industrial de una pátina de sentimentalismo responsable y una inclinación de mirada hacia los países menos desarrollados. Así, a golpe de eslóganes y propaganda, las empresas pasaron de ser las contaminadoras, a las protectoras del medio ambiente. Con trampa, claro está, como siempre.

Por esos días, James Gus Speth, exconsejero de Jimmy Carter para el medio ambiente, y la citada Mathews crean el World Resources Institute (WRI), un think tank ecologista para presionar al Banco Mundial.

Financiado por varias transnacionales, el WRI se convierte en el primer organismo de este sector, que dispone de ingentes cantidades de dinero para el estudio del clima. A partir de ahí, se produce otro cambio estratégico importante: las políticas del clima ya no dependerán ni de la ONU ni de los Estados, sino que serán gestionadas través del mercado mundial, es decir, del capitalismo.

Simplificando, con la estrategia ya en funcionamiento, los años siguientes se destacaron por la aparición de ocurrencia tras ocurrencia. Se descubre el agujero de la capa de ozono y se prohíben los clorofluorocarbonos. Los países hegemónicos empiezan a mirar al Tercer Mundo y este pasa a ser uno de los leitmotiv más presentes, aunque con posturas siempre encontradas, pues mientras los países del Sur abogan por la existencia de leyes que regulen el acceso de todos a los recursos comunes, los neoliberales defienden la desregulación, es decir, eliminar leyes para facilitar el acceso de las transnacionales a esos recursos.

El concepto “desarrollo sostenible”, otra expresión sin historia, que habríamos de emplear hasta la saciedad en nuestro devenir cotidiano, aparece en el discurso medioambientalista, por boca de la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo. Se trata de una especie de término medio —también con engaño o doble lectura— entre ambas posturas, que concluye que el crecimiento industrial no debe ser enemigo de la humanidad, pero que es necesaria una regulación para evitar desigualdades, así como garantizar a las generaciones venideras, tanto del Tercer Mundo como de los países ricos, el acceso a los recursos.

Pero esto era una trampa mortal para los pobres, que iban a colonizarlos imponiéndoles a través de sus líderes un control férreo de la natalidad, bajo el eufemismo “salud reproductiva”, otra expresión biensonante a la que ya nos hemos acostumbrado.

La desintegración del Challenger en 1986, pocos segundos después de su lanzamiento, traería grandes novedades al tema que nos ocupa. La NASA interrumpe sus vuelos y propone un plan como observadora del cambio climático, a través de los satélites artificiales.

La intervención del director del Instituto de Climatología de la NASA, James Hansen, en una comisión del Senado con un discurso exageradamente alarmista, reactivó la teoría del “efecto invernadero”, pero no como la había planteado el científico sueco, como algo positivo, dado que el calor que desprendían las fábricas libraría a la Tierra de una nueva era glaciar, sino como un perjuicio para la humanidad, de consecuencias incalculables. Todo ello sin haber revisado la teoría. No obstante, consiguió atraer a los senadores a su causa. Es así como la entidad recuperó su presupuesto, a la vez que los ecologistas quedaban a cobijo del paraguas científico.

El efecto invernadero, las lluvias ácidas y el agujero de la capa de ozono se acuñaron como los objetivos del nuevo sacramento. A partir de ahí germina la histeria mundial sobre el clima, y los diferentes mandatarios protagonizan conferencias, cumbres, ruedas de prensa y visitas institucionales, siempre en la línea alarmista y manipuladora, con objetivos no siempre declarados. Se proponen iniciativas para modernizar la industria y se dota de medios informáticos a los investigadores del clima. Margaret Thatcher fue una de las abanderadas. Al mismo tiempo, se ejerce una tiranía inmisericorde sobre el ciudadano, convirtiéndolo casi en un delincuente medioambiental si utiliza aire acondicionado en lugar de abanico o si no recicla correctamente los residuos o tiene un coche viejo [2].

Thatcher veía en el desafío climático una manera de sacar partido para emprender una nueva revolución industrial y que el Reino Unido asumiese el liderazgo científico mundial. Como primer paso, convence a los miembros del G8 para financiar el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático y después el Hadley Center.

La mandataria británica arguye que el avance científico debe ser capaz de resolver el problema climático y pone como ejemplo la ciudad de Londres, que consiguió deshacerse del famoso smog. Como medida, cierra las minas de carbón y recurre al petróleo, al tiempo que apuesta por las centrales nucleares. El descontento generado por esta iniciativa la obligaría a dimitir. (Continuaremos hablando de la Operación cambio climático).

NOTAS:

[1] Curiosa y desgraciadamente, los dos murieron asesinados. A la mandataria india la mataron tres miembros de su guardia personal, de la religión sij, en el marco de un clima hostil. La muerte de Olof Palme, en la civilizada Suecia, es más difícil de explicar y nunca fue resuelta. Era un hombre íntegro, defensor de la justicia y posicionado contra la política de Estados Unidos en Vietnam; muy crítico también con la Unión Soviética por la ocupación de Checoslovaquia, sensible al Apartheid y contra las armas nucleares, a favor de la autodeterminación del pueblo palestino y en contra de las dictaduras, fueran estas de izquierdas o de derechas. Un hombre molesto para el sistema, con demasiados frentes abiertos. Se les achacó el magnicidio a agentes de Pinochet al amparo de la CIA, a alguna facción del Partido de los Trabajadores del Kurdistán, y a un maleante drogadicto, llamado Christer Pettersson —una especie de Oswald—, que tras cumplir un tiempo de cárcel fue absuelto. Pero el enigma continúa.

[2] Es casi surrealista contemplar la exhibición de contenedores que los municipios han ido instalando para que los ciudadanos coloquen su basura, previamente diversificada. A eso lo llaman reciclar, y el ciudadano sufre la molestia de tener en su domicilio varios recipientes para depositar cartones, vidrios, latas y plásticos. ¿Por qué no legislan para que todo sea más racional? ¿Por qué no evitan tanto plástico inútil? ¿No es un despropósito que para un filete de cien gramos sea necesaria una bandeja de telgopor retractilada? Esto beneficia a las grandes industrias del plástico y demás productos de embalaje. ¿Por qué tiene que pagar el ciudadano los desmanes del sistema?

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Por Magdalena del Amo
Periodista y escritora, pertenece al Foro de Comunicadores Católicos.
Directora y presentadora de La Bitácora, de Popular TV
Directora de Ourense siglo XXI

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Autor

Magdalena del Amo

Periodista, escritora y editora, especialista en el Nuevo Orden Mundial y en la “Ideología de género”. En la actualidad es directora de La Regla de Oro Ediciones.

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