Cogiendo a contrapié, o sea, tomando el rábano por las hojas, del consejo evangélico: “Bienaventurados los pacíficos…, porque ellos poseerán la tierra”, el cabestro e irascible Quim Torra, conductor torpe de masas independentistas, apela continuamente al pacifismo como coartada. Esa es su mascarada.
Quim usa los símbolos como quien utiliza los clavos con fuerza, pero sin tino… Y remacha, repite, reitera: “El movimiento independentista ha sido, es y será un movimiento pacífico y no violento”.
Torra el xenófobo bestiópodo, violenta las palabras. El sabe que donde dice: “No permitiré nunca, nunca, que se quiera asociar un movimiento radicalmente democrático con el terrorismo”, cuál es el significado de la radicalidad. Ciertamente, un movimiento democrático nunca es terrorismo, si “democracia” se toma desde la raíz noble: “el poder es de todo el pueblo”. Pero él opina, como buen ideólogo separatista, que el pueblo de Cataluña son “los míos”. Y les grita: “A mí, mis valientes” … (Como Martínez) … “Apretad” … “No dejéis de apretar” …
“El catalanismo ha de basarse -afirmaba- en una defensa encarnizada de nuestra identidad y nuestra cultura, y del orgullo de ser catalanes” … “Con el Estado español no se pacta; se negocia una vez que ejerzamos realmente nuestra soberanía” (Tras la diada de 2016).
La mansedumbre de Torra es herrumbre. El resistente Torra, que ante la inminente sentencia del Tribunal Supremo está clamando por la desobediencia, el desorden y el alboroto en las calles de Cataluña, no tiene la reciedumbre que un representante del Estado debe tener para acatar el dictado de una sentencia legal con la debida prudencia.
El desacato y la instigación al desorden frente al orden establecido, como costumbre adoptada por el soberanismo, están contemplados como delitos de terrorismo tipificados en el artículo 573 del Código Penal, cuando los que delinquen, máxime si son autoridades del Estado, pretenden finalidades ilícitas, como: 2ª) Alterar gravemente la paz pública; 4ª) Favorecer un estado de terror en la población o en una parte de ella.
La mansedumbre de Quim Torra es podredumbre, cuando pasa del diálogo a la macabra “sonrisa revolucionaria”. Lo ha expresado, claro y alto, el Jefe de la Guardia Civil en Cataluña: “…las pretendidas sonrisas revolucionarias se convierten, con más facilidad de lo que cabe pensar o desear, en tan sólo el rictus que disimula el odio y la mezquindad…” Advirtiendo: “…los que, queriendo recorrer el camino de la independencia, eligen seguir, de una u otra manera, la senda del terror, deben saber que los combatiremos, sin tregua y sin pena, porque todos ellos finalicen su recorrido a disposición de la Justicia, y pendientes de la resolución que los tribunales adopten respecto de sus actos”.
El “tsunami democrático” que preparan Torra y sus secuaces soberanistas, cuando conozcan y no reconozcan, el fallo y las consecuencias penales, sin retroceso, del “torpedo” constitucional, impulsado por la Justicia del Tribunal Supremo, va a reventar contra los muros potentes del Estado de derecho, que derretirán, en polvorosa helada, las olas de amenazas, desafíos, revueltas, movilizaciones, manejos de explosivos, ocupaciones y oficinas bancarias “que financian la represión”, intimidación a los catalanes no independentistas, llamadas a la insubordinación callejera, protestas parroquiales, sentadas estudiantiles, colapso de vías de comunicación, acosos y agresiones a periodistas que ejercen la libertad de información… Estas son las sonrisas macabras del manso Quim Torra.
*José Luis Suárez Rodríguez es Doctor en Ciencias de la Educación. Analista Político. Asesor. Autor de “Filosofía y Humor”. Editor de www.masespaña.es